Ernesto Reaño
Equipo de Investigación y Trabajo
en Autismo. Lima, Perú.
RESUMEN
La
nutrición es un elemento fundamental en las personas autistas, pero no
diferente de lo que puede ser para la población en general. Perspectivas poco
científicas, sugieren que un tipo de dieta especial “recuperará” a la persona
del autismo o que interviniendo sobre su microbiota se disminuirán sus
características. Esto tiene su origen en posturas “biomédicas” que nacieron de
fraudes (como el de Wakefield y las vacunas) o de creencias derivadas de ellos.
En la actualidad sabemos que el autismo no es una enfermedad sino una condición
de vida asociada a un neurodesarrollo atípico. Por ello, no existe una cura,
aunque sí intervenciones y ajustes en el entorno que pueden mejorar la calidad
de vida para aquellas personas autistas que se encuentren en situación de
discapacidad.
Seguir
tratamientos alimentarios que no hayan sido probados pueden generar déficits
que afecten el crecimiento y la salud de la persona autista. Esto no quiere
decir que no haya problemas gastrointestinales que coocurran con el autismo.
Sin embargo, dichos problemas deben ser tratados de forma independiente y en
ningún caso como los que provocan el autismo. Esto no sólo no tiene evidencia,
sino que desvían el foco de atención, sobre todo en autistas no hablantes que
no pueden comunicar muchas veces, de modo efectivo, sus dolencias.
Palabras clave:
nutrición, autismo, gluten, caseína, microbiota.
ABSTRACT
Nutrition is a fundamental element in autistic people
but not different from what it can be for the general population. Unscientific
perspectives suggest that a special type of diet will "recover" the
person from autism or that intervening on their microbiota will diminish their
characteristics. This has its origin in “biomedical” positions that were born
of frauds (such as Wakefield and vaccines) or beliefs derived from them. We now
know that autism is not a disease but a life condition associated with atypical
neurodevelopment. For this reason, there is no cure, although there are
interventions and adjustments in the environment that can improve the quality
of life for those autistic people who are in a situation of disability.
Following food treatments that have not been tested can generate deficits that
affect the growth and health of the autistic person. This is not to say that
there are no gastrointestinal problems that co-occur with autism. However, these
problems must be treated independently and in no case as those that cause
autism. This not only has no evidence, but also diverts the focus of attention,
especially in non-speaking autistics who often cannot effectively communicate
their ailments.
Keywords: nutrition, autism, gluten, casein, microbiota.
INTRODUCCIÓN
En el
trabajo en autismo es frecuente que los profesionales reciban interrogantes
relativas al tema de nutrición y autismo producto, como veremos, de creencias
donde el autismo no sería una condición de vida con la que se nace sino
adquirida por factores externos, ambientales. Por ejemplo, muchos dicen poder
tratar el autismo mediante una intervención de la microbiota (flora
intestinal). En la actualidad, se sabe que no hay un vínculo entre la
microbiota y el autismo (en el sentido de que las particularidades que se pueda
encontrar en ella no son causantes del autismo) y que las variaciones de la
primera se deben a la selectividad propia de la alimentación de muchos
autistas. Como sabemos, muchos de ellos presentan dificultades de integración
sensorial que haga que prefieran solamente algunos tipos de texturas en los
alimentos excluyendo otras; otros, por razones de su necesidades de
predictibilidad, de rutina marcada que les permita controlar la ansiedad que
los elementos nuevos les provocan, preferirán repetir los mismos alimentos.
DESARROLLO
El
tema de la nutrición y dieta es complejo pues evoca una historia de fraudes
desde que Andrew Wakefield falseara datos en una publicación de The Lancet, en
1998, para afirmar la causalidad entre una inflamación intestinal supuestamente
producto de la vacuna triple y el autismo. Hacia Febrero de 1998 el
gastroenterólogo británico Andrew Wakefield, en una conferencia de prensa en el
Royal Free Hospital de Londres, anunció las conclusiones de un estudio sobre la
Vacuna Triple Viral (sarampión, rubeola y paperas, conocida como la MMR por sus
siglas en inglés): había descubierto, junto a sus colegas, un síndrome que
aparecía 6 días luego de la vacunación desarrollando una grave inflamación
intestinal. Esto había sido cotejado en 8 de los 12 niños con los que contaba
la muestra de su estudio.
Ese
mismo día la revista The Lancet publicaba un artículo de Wakefield sobre el
tema.
Lo que
habría de causar revuelo sería un punto específico del estudio: 9 de los niños
del estudio sufrían de autismo, el cual se había presentado entre 1 y 14 días
luego de la vacunación. Según Wakefield la vacuna (especialmente la del
sarampión) dañaba el intestino permitiendo que proteínas nocivas ingresasen al
torrente sanguíneo, accediesen al cerebro provocando un daño neuronal que, como
consecuencia, producía el autismo.
No
importaron las demostraciones que diversos científicos trataron de esgrimir
oponiéndose a Wakefield, entre ellos Nicholas Chadwick, bioquímico que
trabajaba con éste, y que había realizado biopsias de intestinos de 12 niños
autistas buscando rastros de sarampión dejados por la MMR sin encontrar nada.
La psicosis colectiva estaba ya instalada y las tasas de vacunación de MMR
cayeron a menos de 80% en Inglaterra y Estados Unidos causando un margen de
mortandad insólita hasta hacía algunos años: niños fallecidos a causa del
sarampión y de la rubéola. Alos después se descubrieron series conflictos de
interés de Wakefield, incluso el haber recibido 55 mill libras esterlinas de
una organización que apoyaba investigaciones relacionadas con demandas legales.
Una descripción de este fraude podemos encontrarla en Offit (2008).
Un
estudio sobre la base de 657461 niños demostró que no existe relación alguna
entre autismo y vacunas: se encontró que el 5 por ciento de los niños sin
vacunar tenían un 17 por ciento más de probabilidades de ser diagnosticados con
autismo que aquellos que sí habían recibido vacunas (Hviid A, Hansen JV, Frisch
M, Melbye M., 2019)
Esto
trajo consigo la aparición de la llamada "biomedicina", donde al
postularse el autismo como una enfermedad causada por agentes externos, podía
ser “cuarada” o se ofrecía la
“recuperación”. Dentro de estas intervenciones es usual la prescripción de una
dieta libre de gluten y de caseína como condición para atenuar o eliminar las
características del autismo, en la creencia de que el intestino de la persona
autista no puede procesar debidamente estos componentes los cuales pasarían al
cerebro bajo la forma de péptidos opioides que generarían el autismo
(Fitzpatrick, 2009).q
Fitzpatrick
(2009) señala “cuando los investigadores utilizan métodos rigurosos, los
péptidos opioides se vuelven elusivos”. Wrigth et al. (2005) sobre la base de
155 casos no encontraron relación entre péptidos en la orina y el autismo. Cass
et al. (2008) usaron técnicas de cromatografía líquida y masa espectométrica y
no detectaron péptidos opioides en la orina de 65 niños autistas. Elder et al.,
2006, testearon la tesis de la dieta usando técnicas aleatorias, procedimientos
de doble ciego, midiendo péptidos en la orina de 15 niños autistas por tres
meses de dieta libre de gluten y de caseína sin encontrar diferencias.
Las
familias reportan ventajas que no se verifican con los estudios y la conclusión
es evidente: en el uso de esta dietas opera un efecto de sugestión en los
padres. Si uno invierte tiempo y dinero en tratamientos que le han dicho curan
a su hijo, atribuirá cualquier avance en su desarrollo no a las intervenciones
psicoeducativas o al propio crecimiento, sino a aquel que muchas veces es
medido a través de la fe.
Un
estudio de la universidad de Rochester (Hyman, S. L. et al., 2016) ha
determinado que este tipo de dietas son absolutamente inefectivas en la
intervención en autismo. Esta dieta está indicada para casos de celiaquía y es
efectiva en ellos, evidentemente, un autista que sea celíaco va a beneficiarse
de esta dieta pero no por su autismo. En ausencia de la misma, no se recomienda
su uso pues, como señala Fitzpatrick (2009), su uso puede traer consigo
deficiencia en calcio, vitamina D, hierro y proteína, razón por la cual quienes
sí necesitan de esta dieta deben tomar suplementos. El mismo autor cita el
estudio de Hediger et al. (2007) en el que sobre la base de rayos X de la
muñeca en 75 niños autistas se encontró riesgos de osteoporosis debido a este
tipo de dieta.
Como
señala el Dr. Whitehouse en una entrevista en Hospital and heatlthcare (2021) a
propósito de un estudio (Yap, C. et al., 2021) del material genético en las
heces de 247 niños (de los cuales 99 eran autistas): "Las familias buscan
desesperadamente nuevas formas de apoyar el desarrollo y el bienestar de sus
hijos. A veces, ese fuerte deseo puede llevarlos a terapias dietéticas o
biológicas que no tienen base en evidencia científica".
Hay
tres estudios y un metanálisis (Sharon et al., 2019; Yap et al., 2021; Xu et
al., 2019 y Kang et al., 2019) que nos permiten llegar a las siguientes
reflexiones:
1.
Algunas personas autistas tienen una flora intestinal distinta a las
neurotípicas. Esto debido, principalmente al tipo de dieta más restrictiva en
las primeras.
2.
Muchas personas autistas tienen problemas intestinales (dolores abdominales,
diarrea, constipación). La mayoría son no hablantes y tienen dificultades en
comunicar estas dolencias que coocurren con el autismo y no son causa o
causante de este.
3.
Producto de estos problemas intestinales, muchas personas autistas manifiestan
problemas conductuales y poco adaptativos y en aquellos no hablantes
encontramos el incremento de conductas de autoagresión. Mucho de ello se
solucionaría si los autistas no hablantes tuviesen un sistema de comunicación
aumentativa alternativa que les perítese expresar su malestar.
4. Un
tratamiento adecuado (llevado a cabo por un gastroenterólogo) reduce muchos de
estos problemas y aminora la cantidad conductas inadaptadas y autoagresivas
pero no las características propias del autismo.
5. El
transplante de microbiota fecal y otros similares se encuentran aún en fase
experimental como posible tratamiento para el autismo.
6.
Muchos de estos estudios han sido hechos en ratones ante las implicancias
éticas de realizarlo en humanos. Es decir, los resultados que se arrojen son
pre-clínicos.
7. En
lo estudiado en niños autistas, el comportamiento selectivo en cuanto la
alimentación y los retos sensoriales generan un tipo de dieta que afecta al microbioma.
Precisamente,
el estudio de Yap et al. (2021) señala que los niños autistas tienden a ser más
selectivos con la comida lo cual impacta en presentar un microbioma menos
diverso. Pero no hay evidencia que sea el microbioma el que en principio sea
distinto en autistas respecto de la población en general.
CONCLUSIONES
La
dieta balanceada (y que no restrinja ni el gluten ni la caseína salvo alguna
razón médica probada) sería la clave antes que pensar en cambios en la flora
intestinal. La selectividad en la alimentación de las personas autistas es
conocida y suele estar dada por dificultades en el procesamiento sensorial y la
persistencia en rutinas alimentarias hacia ciertos alimentos. Esto puede
tratarse con terapia de integración sensorial y enfoques psicoeducativos sin
tener que recurrir a dietas ni intervenciones no solo no demostradas, sino que
pueden ser potencialmente nocivas.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS