Tecnologías
de las Información y las Comunicaciones en ambientes híbridos
Information and
Communication Technologies in hybrid environments
Juana
Elvira Suárez Conejero
Universidad
Nacional Autónoma de México. Ciudad de México, México
https://orcid.org/0000-0002-5376-5950
DOI: https://doi.org/10.36955/RIULCB.2022v9n2.001
Esta
obra está bajo licencia internacional Creative Commons
Reconocimiento 4.0
Recibido:
23/12/2021 Revisado: 02/01/2022 Aceptado: 19/05/2022 Publicado: 01/07/2022
RESUMEN
El
presente artículo plantea la importancia de las Tecnologías de la Información y
las Comunicaciones (TIC) en la educación a partir de su uso en el proceso de
enseñanza aprendizaje, reconociendo que históricamente se han aplicado para
beneficio o detrimento de la humanidad. Se analiza la producción de información
y conocimientos en las sociedades actuales, desde la perspectiva de los
informadores no profesionales que se encuentran en las redes virtuales, así
como la responsabilidad de la academia en la generación de conocimientos. Se
reconoce que, como consumidores, tenemos una carencia de habilidades para poder
elegir la mejor información entre todas las posibilidades que se presentan en
la red; en esta problemática también emerge el síndrome de Dunning-Kruger que
nos obliga a evaluar nuestras competencias antes de juzgar o prejuzgar un tema
o disciplina del conocimiento. Se hace un llamado a atender la Educomunicación como
estrategia para el fomento del diálogo generacional, entre los docentes y los estudiantes,
en ambientes híbridos, pues las aulas de clase están en un momento histórico crucial
donde se puede reivindicar el consumo indiscriminado de información disponible
en diferentes espacios de la red. De igual manera se exponen experiencias en el
quehacer docente que develan oportunidades de mejorar los espacios académicos
con el uso de las TIC.
Palabras
clave: TIC, Educomunicación, información, conocimientos, diálogo generacional.
ABSTRACT
This
article discusses the importance of ICTs in education based on their use in the
teaching-learning process, recognizing that historically they have been applied
for the benefit or detriment of humanity. It analyzes the production of
information and knowledge in today's societies, from the perspective of
non-professional informants found in virtual networks, as well as the
responsibility of the academy in the generation of knowledge. It is recognized
that, as consumers, we have a lack of skills to be able to choose the best
information among all the possibilities presented in the network; in this
problem also emerges the Dunning-Kruger syndrome that forces us to evaluate our
competences before judging or prejudging a subject or discipline of knowledge.
A call is made to address Educommunication as a strategy for the promotion of
generational dialogue, between teachers and students, in hybrid environments,
since classrooms are in a crucial historical moment where the indiscriminate
consumption of information available in different spaces of the network can be
vindicated. Likewise, experiences in teaching that reveal opportunities to improve
academic spaces with the use of ICT are presented.
Key
words: ICT, Educommunication, information, knowledge, generational dialogue.
INTRODUCCIÓN
Las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones han
estado presentes en la educación desde hace muchos años, pero a partir de la
pandemia del COVID-19 esta relación ha cobrado otras dimensiones (Medina, 2010).
Si tenemos presente, además, que los procesos comunicativos también han sufrido
importantes cambios, y que no se comunica de la misma manera en ambientes
presenciales, que en ambientes telepresenciales o que, en ambientes virtuales, podemos
abrir un escenario donde la Educomunicación se vuelve notablemente polémica. A
pesar de que desde los años 70 el tema de la comunicación en materia educativa se
volvió relevante, sobre todo gracias a la influencia del pensamiento de Paulo
Freire, Mario Kuplún y Daniel Prieto Castillo, entre otros (Barbas, 2012), la
situación actual abre nuevos espacios de reflexión al respecto, sobre todo
cuando se trata de ambientes educativos híbridos.
El
presente artículo plantea más preguntas que respuestas (las cuales confiamos
que se irán resolviendo con el diálogo entre las generaciones involucradas en
el proceso de enseñanza-aprendizaje) (Bourdieu, 2001), a partir de un recorrido
analítico que pretende promover la aplicación de estrategias didácticas en los
diferentes ambientes educativos, en tanto proceso creativo del docente y
motivador del alumnado (Aguaded, 2005).
Dentro
de las preguntas que plantearemos hay algunas que resultan mayúsculas. Es una
realidad que en la actualidad las TIC están forzosamente dentro de nuestras
clases. Sin embargo: ¿cómo se usan?, ¿para qué se usan?, ¿quiénes tienen el
papel protagónico en su aplicación?, ¿aprenden más nuestros alumnos gracias a
su uso, o no necesariamente?
La
sociedad de la información y del conocimiento derivada de la revolución de las
TIC (Castells, 1998), ha sido un tema de importante intercambio dentro
de la academia, pero también nos aboca a preguntas mayúsculas: ¿sabemos más en
la actualidad?, ¿estamos mejor informados?, ¿hemos desarrollado nuevas
habilidades para la comunicación educativa?, ¿qué comunicamos en la clase?,
¿cómo lo comunicamos?, ¿cómo nos informamos?, ¿cómo se informan nuestros
estudiantes?
Por
ello, en las siguientes líneas, más que conclusiones encontraremos planteamientos
críticos, que tienen el propósito de cuestionar y alimentar el debate sobre los
procesos formativos y educomunicativos que involucran el uso de las TIC, así como
su contribución en la edificación de la sociedad de la información y
conocimiento.
DESARROLLO
La
abreviación TIC encierra tres palabras fundamentales para el quehacer educativo:
Tecnologías, Información y Comunicación. Esto nos lleva a reconsiderar que, al
escuchar este término, pensemos únicamente en un software o hardware, sino que también
es fundamental su vinculación con los temas asociados a la información y a la
comunicación.
Desde
la historia primitiva de la humanidad hasta hoy, los descubrimientos e inventos
han cambiado radicalmente la forma de relación del ser humano con su entorno (Gelb,
1982). Muestra de ello son las tecnologías fundamentales, como la punta de
lanza, el fuego, el arco y la flecha e incluso la radioactividad. Todas estas
tecnologías han sido parteaguas históricos que han conducido a la humanidad
hacia nuevos derroteros, sin embargo, la relevancia que tienen estos
descubrimientos y tecnologías no se vincula propiamente a ellos, sino a al uso
que los seres humanos le hemos dado.
Si
tomamos como ejemplo el fuego, podemos decir que se puede usar para calentarnos
en el invierno, para cocinar, para hervir el agua y evitar enfermedades. Estos
usos son bondadosos y racionales. Pero el fuego también sirve para destruir y
aniquilar. No se trata entonces del fuego per se, sino del uso que le damos. Siguiendo con los ejemplos tenemos a la
radioactividad que se utiliza con fines de curación, pero también para
construir bombas de destrucción masiva. La misma tecnología cura y mata.
Y lo
mismo sucede con las TIC. Usamos plataformas de comunicaciones asincrónicas
para dar clases telepresenciales y mantener, de esa manera, abiertas nuestras
universidades e instituciones educativas durante la pandemia del COVID-19 (Acosta,
2020). Pero podemos también usar las comunicaciones asincrónicas para enviar
misiles. Por tanto, no se trata de las TIC per se, sino del uso que le damos.
Esto
nos lleva a varias preguntas que competen al proceso de enseñanza - aprendizaje:
¿usamos las TIC?, ¿cómo las usamos? y la más importante ¿para qué las usamos? Y
podemos plantear una interrogante mayúscula: ¿se impone el uso de las TIC para
construir un futuro mejor desde la sabiduría y el conocimiento?, ¿están vinculadas
las TIC a los aprendizajes y a favor del saber?
Haciendo
un poco de historia, las tecnologías han cambiado radicalmente a la educación
en tres momentos trascendentales. El primero, la imprenta. El segundo, la
televisión. El tercero, el Internet.
Antes
de la imprenta el saber occidental estaba encerrado en los monasterios, donde
generaciones de escribanos lo conservaban, con celoso resguardo, en grandes libros
confeccionados a mano. Diferentes culturas tuvieron diferentes formas de
expresión, pero con una característica transversal a todas ellas: el saber
estaba en manos de clases o castas que lo detentaban para sí.
La llegada
de la imprenta significó la distribución del saber a través de la producción
masiva de libros, periódicos y otros medios escritos. Lo que era propiedad de
unos pocos se pudo multiplicar, abriéndose las posibilidades para su difusión (Thorhauge,
1998). La imprenta, entonces, puede ser considerada como la primera gran
revolución tecnológica que atañe a la educación, y que tuvo consecuencias
fundamentales que condujeron a que la educación cambiara radicalmente su rumbo.
La
televisión también influyó de manera decisiva en la educación. Este medio
permitió la transmisión remota, con alcance en localidades donde el traslado de
docentes o la creación de arquitectura escolar era difícil de lograr. La
televisión, a pesar de que como medio se caracteriza por ser unidireccional y
no hay posibilidad de interacción (Medrano, 2006), marcó una nueva etapa dentro
de la educación, posibilitó su masificación y abrió la posibilidad para que
grupos excluidos de facto pudiesen vincularse a los procesos educativos.
Y
finalmente el Internet, que se traduce en la producción y distribución
acelerada de la información y del conocimiento, a nivel global, y de cuyo
nacimiento y uso somos todos protagonistas (Aparici, 2010).
Sin
embargo, a pesar de que la imprenta nació hace siglos, en el mundo tenemos analfabetismo:
la difusión del saber no ha sido igual para todos. A pesar de que la televisión
y los programas educativos a través de este medio no son recientes, estamos
lejos de haber logrado las coberturas esperadas.
Vale
entonces hacerse la misma pregunta con el Internet y la sociedad de la
información y del conocimiento que de ella se deriva: ¿podemos decir que hoy en
día tenemos más información?, ¿podemos decir que en la actualidad tenemos más conocimientos?
Un
nuevo contexto
La
revolución de las TIC ha posibilitado dos fenómenos fundamentales: la llamada
sociedad de la información y la erróneamente llamada sociedad del conocimiento (Aguilar
et al., 2002). En este punto es necesario hacer un breve paréntesis: información no es lo mismo que conocimientos.
La información está constituida por datos básicos que, bajo un procesamiento
intelectual y racional, se convierten en conocimientos.
Nunca
antes en la historia de la humanidad hemos tenido tanta información disponible
ni tantos conocimientos posibles. Sin embargo, la sociedad de la información
nos enfrenta a la dicotomía información-desinformación; mientras que la
sociedad del conocimiento nos enfrenta a la dicotomía conocimiento-desconocimiento.
No hay que ser un experto en el tema para reconocer que nunca hemos tenido
tanta desinformación y tanto desconocimiento como en la actualidad, a pesar de
las infinitas posibilidades para acceder a ellos.
Tratemos
de entender entonces el porqué de tanta desinformación y de tanto
desconocimiento a partir de plantearnos varias preguntas: ¿quiénes informan?,
¿qué informan?, ¿a quiénes informan?, ¿quiénes producen conocimientos?, ¿de
cuánto tiempo disponemos para reflexionar, razonar y poder convertir
información en conocimientos?
Y
rápidamente podemos ver que nos encontramos frente a una problemática grave, porque
una parte importante de la información que recibimos viene, por una parte, de
medios de comunicación que responden a los intereses de los grandes poderes económicos,
y por otra parte, de youtubers, tiktokeros, pseudomedios de comunicación, y de un
sinfín de personajes que no precisamente son profesionales de la información.
Los mass
media, en general son sólo emisores de información, pero creemos que son
expertos en lo que comunican. Lo más preocupante es que aparentan ser
profesionales y nos parece que estamos bien informados cuando en realidad no tenemos
la certeza de si lo estamos o no. Este escenario no exime la existencia de medios
y comunicadores profesionales, sino que lo que intentamos explicar es que,
junto a ellos, hay una cantidad impresionante de personas que no lo son (Osorio,
2011). Y no tenemos las capacidades y competencias para discriminarlos.
Incluso
nosotros mismos somos informadores. Por ejemplo, en tanto usuarios de redes
sociales adoptamos el rol de informadores cuando compartimos contenidos, sin
ser precisamente profesionales en los temas o expertos en la curación de
información. Y aquí empieza lo complejo. La desinformación ha formado parte de
la historia de la humanidad, siempre ha estado presente y se ha nutrido de rumores,
opiniones no fundamentadas o verdades manipuladas. Sin embargo, con la sociedad
de la información resultante de la revolución de las TIC se magnifica la
desinformación de forma acelerada y a nivel global.
Encontramos
en general tres tipos de discursos desinformadores: a) Discursos fundamentados
en la verdad, aunque la tergiversan, y cuyos emisores los defienden porque
están convencidos de que es lo correcto b) Discursos que deliberadamente están
fundamentados en la mentira y c) Discursos que están vacíos de sustancia y de contenido
(Castillo et al., 2021).
Y el
gran problema no sólo es la desinformación, sino que, además, la estamos
creyendo. Porque, y aquí vamos a otra de nuestras preguntas, ¿quiénes recibimos
la información?
La información
la reciben jóvenes que están conectados, pues es la principal manera que tienen
de comunicarse y no han sido socializados para hacerlo de manera diferente; la
información la reciben profesionistas inmersos en la multitarea (con poco
tiempo para leer y que le alcanza para los titulares); la información la recibe
la happycracia (Cabanas y Illouz, 2019), es decir, aquellos que prefieren no
enterarse de lo que acontece para preservar su estado de tranquilidad y estática
global; la información la reciben personas que se dedican al trabajo doméstico;
la información la reciben personas en trabajo precario que tienen que dedicar
jornadas laborales interminables para la sobrevivencia. En fin, la información la
recibimos, en general, personas que no tenemos tiempo (o deseos) para darle un
tratamiento profundo, para cuestionarla, criticarla, razonarla.
Y
esto aún se agrava si llevamos estos mismos razonamientos a la sociedad del
conocimiento. Porque ¿quiénes producen conocimientos?
Más
allá de las grandes universidades occidentales, los nuevos conocimientos los
produce una comunidad académica que no tiene más remedio que estar centrada en
la competencia para el sostenimiento de sus condiciones laborales precarias, donde
lo importante es cuánto se produce y no la calidad de los conocimientos que se
producen. Por otra parte, las universidades y los centros de investigación se
someten al mercado, produciendo conocimientos para el mercado, totalmente
distorsionados por las exigencias de los financistas. Esto ha conllevado a que
la razón científica empiece a ser cuestionada, y se erijan nuevos códigos
culturales (Stern, 2022): la relatividad de la verdad hace que vaya perdiendo su
carácter científico y, por lo tanto, impere la nueva verdad o postverdad (Estrada
et al., 2019) la cual, a decir de Bauman, se convierte en líquida (Bauman,
2004).
Quienes
informan y quienes recibimos la información, así como lo que se informa y la
manera de producir conocimientos desde la academia, hace que la Sociedad de la
Información y del Conocimiento ya no parezca tan seria intelectualmente como
suponemos que es.
Y
podemos adicionarle a la situación descrita anteriormente varias agravantes. La
primera de ellas se resume en el síndrome de Dunning-Kruger (Alicke et al.,
2005), nombre de los científicos que dan cuenta de que aquellas personas con
menos conocimientos tienen una tendencia a sobreestimar tanto sus conocimientos
como sus habilidades. Por el contrario, las personas mejor cualificadas tienen
una tendencia a subestimar sus capacidades. Este síndrome nos rodea en la
cotidianidad porque para poder evaluar una información debemos tener las
competencias para hacerlo. Por ejemplo, para poder evaluar el trabajo de un
docente, es importante saber qué implica el quehacer docente y contar con esa
experiencia. Sin embargo, con este síndrome muchos consideramos que sabemos de
todo, y creemos que somos capaces de juzgar (o prejuzgar) fenómenos de
diferente índole, desde lo epidemiológico, hasta lo educativo o deportivo. Hoy es
muy frecuente que opinemos y evaluemos aquellos temas o campos del conocimiento
que no dominamos o donde no somos competentes, y eso nos convierte en malos
informadores y en malos comunicadores, porque compartimos y transmitimos
informaciones como si fuéramos expertos a pesar de no tener las capacidades
para determinar su veracidad.
Una
segunda agravante es la pandemia del COVID-19. El confinamiento aplicado en la
mayor parte de los países llegó a nuestras aulas, e hizo imprescindible el uso
de las TIC. Docentes y estudiantes con posibilidades y habilidades heterogéneas
invertimos grandes esfuerzos con los recursos disponibles. Y en general lo
logramos, salvamos las escuelas y salvamos los ciclos escolares, aun sin toda
la preparación requerida a nivel individual e institucional. Sin embargo, en
este escenario llegan cuestionamientos necesarios como ¿hemos sabido usar las
TIC?, ¿han aprendido nuestros alumnos?, ¿hemos producido nuevos conocimientos?,
¿qué estrategias aplicamos para erradicar la desinformación?, ¿qué informamos
en el proceso de enseñanza-aprendizaje?, ¿cómo nos informamos?, ¿cómo se
informan nuestros estudiantes?, ¿qué conocimientos comunicamos?, ¿de dónde nos informamos?, ¿cómo buscamos la
información?, ¿leemos sólo los titulares o las noticias, o leemos los documentos
completos?, ¿verificamos los contenidos y sus fuentes?
Otra
agravante son los desfases generacionales que enfrentamos en la actualidad. La multiclasificación
de las generaciones a las que hoy estamos expuestos ha hecho perder de vista
sus nombres por cortes de tiempo. Esto llega a provocar un problema, porque
usualmente no somos de la misma generación los profesores o investigadores que
los alumnos (Butler, 2020). Y no aprenden igual las generaciones que se
socializaron en su fase primaria con los libros, lo cual implica un aprendizaje
de manera secuencial, que aquellas generaciones que no conocen una vida fuera
del Internet y que se relacionan con los contenidos de manera diferente, pues prefieren
los accesos al azar.
Actualmente,
la mayor parte de nuestros estudiantes posee una visión más bien fragmentada
para acceder a la información (Echandi, 2018). Tal es el caso de las páginas web,
donde el acceso se realiza generalmente manera aleatoria. La elección de la información puede girar en
torno a lo atractivo de la sección más que en respuesta a la edificación del
conocimiento. No se trata de un maniqueísmo generacional, sino que nos hemos
socializado de manera diferente.
Aquí
emerge la generación denominada post-alfa (de alfabeto), que son las personas
que han aprendido el significado de algunas palabras por medio de dispositivos
electrónicos. No es lo mismo aprender los significados a partir de la
interacción con personas como su madre, padre o quien esté a cargo de su
crianza, que aprenderlas de una máquina. Un ejemplo de ello es la palabra amor que,
semánticamente, difiere en aquel que la edificó bajo un vínculo afectivo, con aquel
que la comprendió gracias a un dispositivo móvil (Barnett, 2016).
¿Qué
hacer ante el escenario antes descrito? Lo primero es priorizar la
alfabetización mediática e informacional que impulsa la UNESCO, con el propósito
de revisar las formas en que buscamos, leemos, brindamos y procesamos la información,
es decir, las maneras en que producimos información y generamos conocimientos.
Esto es fundamental para todos los que estamos vinculados a la educación en
cualquiera de nuestros roles.
La Educomunicación
(Aparici, 2010) es esencial para saber qué comunico y cómo lo comunico. No es
lo mismo educar en un aula presencial a hacerlo en una teleconferencia o un
aula virtual (donde no hay una persona a quien pueda hacerle llegar mis dudas y
recibir una respuesta en ese momento). Tenemos que dominar la Educomunicación
en ambientes híbridos mediante el uso de espacios como Teams, Zoom, la nube,
Moodle, cara a cara o todas juntas, pues debemos tener presente que el regreso
a los ambientes presenciales no podrá implicar la anulación de las TIC en los
procesos de enseñanza-aprendizaje. Consideremos que la Educomunicación en un ambiente
híbrido es importante, por ejemplo, si tenemos un alumno enfermo en casa, con
quien podemos enlazarnos y dialogar sin perder el ritmo de su aprendizaje (en
la medida de sus posibilidades) (Oliver y Herringtron, 2006).
El uso
racional de las TIC en la educación es esencial si se busca privilegiar la producción
de información y conocimientos arbitrados; tenemos que ser capaces de retornar
a este uso racional de las tecnologías a favor del saber futuro.
CONCLUSIONES
Es
necesario reconsiderar el significado de las TIC como una abreviación que
integra palabras clave y seguir cuestionándonos sobre cómo aplicamos las
tecnologías, cómo gestionamos la información y cómo comunicamos en nuestros
espacios educativos. El valor que se les otorgue a las TIC dependerá del uso
que le demos en el proceso del desarrollo de competencias de alumnos y
docentes.
Es
importante reconocer la responsabilidad que tenemos como educadores en la
generación de conocimientos científicos. La responsabilidad en el uso de las
TIC en el aula no sólo contribuye al ambiente híbrido, sino al proceso de
Educomunicación entre los integrantes de un colectivo educativo.
Similar
a lo acontecido con los libros, las TIC no pueden per se ser las encargadas de
crear sociedades de la información o conocimiento, sino que es imperante
reconocer quiénes son los que están detrás de su uso y por qué se consume lo
ofrecido en la red, en muchos de los casos, de manera indiscriminada. Como
académicos, es necesario alfabetizarnos en materia de búsquedas de contenidos para
combatir la desinformación y el desconocimiento.
Para
poder tener un ecosistema de aprendizaje, la Educomunicación nos lleva al
encuentro de los diálogos generacionales en paridad dialéctica con estudiantes
y colegas. Además de crear un ambiente propio para el aprendizaje, abre la
posibilidad de encontrar estrategias de trabajo didáctico mediado por TIC,
donde no sólo el docente sea el protagonista, sino las voces de los mismos
estudiantes como generadores de conocimiento.
Las
interrogantes deben ser parte de nuestro quehacer docente, no sólo para la
promoción del pensamiento crítico en torno a la información o para la
generación de conocimientos, sino como parte de nuestro andar consciente en las
aulas de clase (dentro o fuera de un ordenador).
Tenemos
una responsabilidad histórica en el uso de las TIC en el aula: elaborar
recursos de estudio atractivos para las nuevas generaciones y su aplicación en
la búsqueda y generación de información y conocimientos.
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