Menonitas
y deforestación en América del Sur
Mennonites and deforestation in South America
Marc
Dourojeanni
Universidad Nacional Agraria de La
Molina
https://orcid.org/0000-0003-0541-3915
DOI: https://doi.org/10.36955/RIULCB.2022v9n1.007
Esta
obra está bajo licencia internacional Creative Commons Reconocimiento 4.0
Recibido:
27/10/2021 Revisado: 18/12/2021 Aceptado: 23/12/2021 Publicado: 15/01/2022
Resumen
Los
menonitas han llegado a América del Sur en números considerables después de la
Segunda Guerra Mundial y se han instalado en varios países, pero principalmente
en Paraguay y Bolivia donde desarrollaron grandes emprendimientos
agropecuarios, ocupando bosques y otros ecosistemas naturales. Se estima que ya
han deforestado más de cuatro millones de hectáreas de los biomas Chaco y
Chiquitanía, principalmente para ganadería y soya. A partir del presente siglo
comenzaron a invadir la Amazonia de Bolivia y más recientemente las de Perú y
Colombia, habiendo ya deforestado posiblemente unas 20 mil hectáreas. Por sus
antecedentes en México y América Central, así como en Paraguay y Bolivia,
también preocupa el hecho de que sus tácticas para ocupar la tierra, tanto como
muchas de sus prácticas, serían en gran medida ilegales y perjudiciales tanto
al ambiente como a las poblaciones locales, especialmente indígenas. Evidencias
recientes de Perú y Colombia confirman esas sospechas.
Palabras
clave: Amazonia, menonitas, deforestación, ocupación ilegal de la tierra,
impacto ambiental y social
Abstract
Mennonites migrated to South America in considerable
numbers after World War II and have settled in several countries, but mainly in
Paraguay and Bolivia where they developed large agricultural enterprises,
occupying forests and other natural ecosystems. It is estimated that they
deforested over four million hectares of the Chaco and Chiquitania biomes,
mainly for livestock and soybean. Since the current century they began to
invade the Amazon of Bolivia and more recently those of Peru and Colombia,
having already deforested probably around twenty thousand hectares. Given its
antecedents in Mexico and Central America, as well as in Paraguay and Bolivia,
there is also concern that its tactics to occupy the land, as well as many of
its practices, may be largely illegal and harmful to both the environment and
local population, especially indigenous people. Recent evidence from Peru and
Colombia confirms these suspicions.
Key words: Amazonia, Mennonites, deforestation,
unlawful land occupation, environmental and social impacts.
Introducción
Los
menonitas son una secta religiosa que pregona y practica una interpretación de
la Biblia que se traduce en una vida simple y muy apegada a la tierra (Casell
2016). Ellos, por sus creencias, son pacíficos y discretos y nada de lo que
ellos creen parece perjudicar a los demás. El problema es que, aunque vivan
simplemente, sin acumulación de riqueza ni poses superfluas, ellos son
agricultores muy eficientes que usan tecnología convencional moderna. Por eso,
dependiendo de donde se instalan, sus actividades pueden ser altamente
impactantes en el ambiente. Como suelen asentarse en tierras cubiertas de
bosques y vegetación naturales su primera acción es eliminar los árboles,
aprovechar la madera y transformar el lugar en un paisaje típicamente
agropecuario. Eso, que hasta medio siglo atrás, era por muchos considerado un
hecho positivo, es ahora un problema crecientemente serio ya que, en toda
América del Sur, la deforestación y la contaminación ambiental, así como sus
consecuencias, han superado el límite de lo tolerable para el bienestar de la
humanidad (De Syl et al 2015; Ritchie y Roser 2021).
El
tema de los asentamientos menonitas es relativamente nuevo en el Perú y en
Colombia, pero es bien conocido en varios otros países y biomas de América
Latina, y es especialmente crítico en México, Paraguay, Bolivia y Centroamérica
(Fast 2018, Griesbrecht y Klausen 2015, Giesbrecht 2020, Le Polais de Waroux et
al 2020), por los considerables los impactos ambientales que ocasionan y por la
relativa impunidad con que estos se cometen. En este artículo se revisan esos
problemas y se detalla lo que está ocurriendo en América del Sur, especialmente
en la Amazonía peruana donde los menonitas operan desde 2016, caso en el que en
dos localidades ya deforestaron quizá más de cuatro mil hectáreas de bosque
natural en abierta violación de la legislación vigente (Praeli 2020b, Dourojeanni
2020, Praeli 2021a; 2021b).
Menonitas
en América Latina
La
historia de los menonitas comenzó en 1523 en la Suiza germánica, cuando un
sacerdote católico inició una reforma que se dispersó y consolidó rápidamente
en el Sacro Imperio Germánico. A partir de 1529 esos disidentes pasaron a ser
perseguidos y martirizados. En 1536 el sacerdote católico Menno Simons,
influyente contestatario, también rompió con la Iglesia Católica y se unió a
ellos, por entonces más conocidos como anabaptistas, por la forma poco ortodoxa
en que adoptaron ese sacramento. Menno, a pesar de la persecución, tuvo éxito
en divulgar las nuevas creencias las que se propagaron especialmente a Holanda
y Polonia, y luego a otros países del este europeo, pasando a ser conocidos
como menonitas. En 1683 se produjo la primera emigración menonita a
Pennsylvania, que era parte de las colonias inglesas en América. Esas
migraciones continuaron durante el siglo XVIII. La vida de los que se quedaron
en Europa era cada vez más dura, especialmente en Prusia, de tal modo que, en
1788, por invitación de la emperatriz Catalina la Grande, ellos emigraron a
Rusia con varias ventajas, entre ellas la posesión de tierras. Con los cambios
políticos en Rusia esos beneficios fueron mermados por lo que se intensificó la
migración a Norte América, inclusive al Canadá (1873). La primera colonia
agrícola menonita en América Latina se desarrolló en Argentina, en 1877. En
términos de prácticas religiosas y en función de sus orígenes los menonitas se
han subdividido en diversos grupos, pero mantienen bastante cohesión (Dyck1993;
Casell 2016).
En
el Siglo XX, la revolución bolchevique y las matanzas estalinistas obligaron a
muchos menonitas a huir de Rusia. Entre 1920 y 1930 parte de ellos fueron a
Canadá, y también a México (1922) y Paraguay (1930). La Segunda Guerra Mundial
trajo más persecuciones para ellos, por lo que se produjeron nuevas migraciones
a EE.UU., Canadá, Belice y México. En 1945 llegó otra ola de refugiados, que se
instalaron en Uruguay, Brasil y Paraguay. Muchos países latinoamericanos
invitaron, facilitaron y hasta financiaron (México, por ejemplo) la venida de
contingentes de menonitas a desbravar tierras “vírgenes” o “desocupadas sin
uso”, es decir, espacios naturales, en general bosques, que les fueron dados en
propiedad, entre otros privilegios, muchas veces previamente decididos mediante
convenios. La idea detrás de esa generosidad fue, en general, ocupar
territorios considerados subutilizados o supuestamente codiciados por otros
países, promover el crecimiento económico, mostrar a la población local el
ejemplo de un “buen uso de la tierra” (Goosen 2016) y, sin duda, también estaba
latente el objetivo de “mejorar la raza” trayendo personas blancas, idea que
era tan común en el Perú (Maguiña 2010; Gallirgos 2015) como en otros países de
la región hasta mediados del siglo pasado. En las últimas décadas se han
acelerado los movimientos migratorios menonitas, a veces entre países de la
región, en función de los cambios políticos y de la aparente disponibilidad de
tierras, siendo evidente un movimiento muy reciente hacía Perú (Servindi 2019,
Praeli 2020, 2021a, 2021b, Dourojeanni 2020) y Colombia (Betancourt 2018).
En
2015, según fuentes menonitas (GAMEO, 2015), existían 200 mil menonitas
asentados en América Latina, siendo las colonias más importantes las de México
(34 mil) y América Central (50 mil), seguidas de las de Paraguay (35 mil),
Bolivia (27 mil) y Brasil (15 mil). Pero, hay menonitas que viven en zonas
urbanas de todos los países. De otra parte, muchas fuentes creíbles citan
números mucho más expresivos de menonitas para América Latina, totalizando
desde 270 mil (Wikipedia 2021a) hasta cerca de 700 mil personas (Wikipedia
2021b). De hecho, buscando información país por país, los números se acercan a
las figuras más abultadas . Por ejemplo, se cita de 90 mil a 100 mil menonitas
apenas en México (Quadri 2017; Morimoto 2019). En Paraguay hay más de 67 mil
menonitas (Correia 2020) y casi 60 mil en Bolivia en 2015 (Kopp 2015). Y, como
dicho, hay menonitas en todos los países de la región.
Los
menonitas, aunque subdivididos por origen y prácticas religiosas, están bien
organizados. Cada grupo cuenta con uno o más templos, a veces localizados en
áreas urbanas, al estilo de las iglesias protestantes convencionales, desde las
que organizan acciones proselitistas. Además, están unidos en un congreso o
conferencia mundial menonita. De otra parte, a nivel de los asentamientos,
aunque basados en el cooperativismo y aparentando ser agricultores
tradicionales, los menonitas son empresarios modernos, muy trabajadores y
unidos, así como audaces y, aunque pacíficos, como se verá, suelen ser
inescrupulosos. En general tienen mucho éxito económico en sus emprendimientos.
Deforestación
El
principal, más notorio y denunciado impacto ambiental de la actividad de los
menonitas en América Latina ha sido y sigue siendo la deforestación y la
destrucción de otros ecosistemas naturales, muy frecuentemente sin
autorización. Para discutir ese tema es importante separar dos situaciones. En
efecto, hasta fines de la década de 1980, la sociedad no consideraba que la
expansión de la frontera agropecuaria sobre los bosques naturales era un
problema ambiental. Eso era preocupación de expertos (Dorst, 1965; Goodland e
Irwin 1975) y muy pocos eran los gobiernos de la región que ya tenían o
anunciaban políticas para controlarla. Al contrario, en especial en el lapso
(1920-1960), en que los menonitas llegaron en gran número a América Latina,
deforestar era considerado una “mejoría” deseable. Por eso, aunque a
continuación se menciona hasta dónde fue posible las extensiones de tierra
ocupadas por ellos, pues eso revela su impacto en los biomas de la región, es
más importante analizar las deforestaciones recientes, en especial en el Siglo
XXI, cuando nadie, ni los menonitas, podían ignorar las consecuencias de
practicar deforestación en gran escala.
A
continuación, se pasa revista a lo que se sabe de la situación de los
asentamientos menonitas en Bolivia, Paraguay y Perú, donde afectaron mucho los
biomas Chaco y Chiquitanía y, más recientemente, el Amazónico, proceso que
también está comenzando en Colombia. Hay menonitas en el Brasil, donde llegaron
entre 1928 y 1934 y se instalaron en las montañas de Santa Catarina. Pero no se
adaptaron y se trasladaron cerca de la ciudad de Curitiba, en Paraná, no
habiéndose dispersado más (Luz et al 2014). En el caso de Ecuador,
similarmente, existen menonitas hace tiempo (Moya 2020) pero no hay registro de
que se dediquen a actividades agropecuarias. No se ha conseguido, para todos
los países, información diferenciada y consolidada sobre la extensión ocupada
por las propiedades menonitas en cada país, pero no cabe duda de que puede ser
muy grande
El
primero de los países citados en recibir menonitas fue Paraguay. El Gobierno
paraguayo, como otros, aceptó los menonitas teniendo en mente disuadir
pretensiones territoriales de sus vecinos y, por eso, les brindó facilidades.
Comenzaron a llegar en la década de 1920 (Goossen 2016). En 1927, se instalaron
en el Chaco, fundando la grande y famosa colonia Filadelfia. La mayoría de los
19 asentamientos menonitas del país están en el Chaco y albergarían actualmente
a unas 67 mil personas (Correia, 2020) pero los hay también en la región
oriental del país. Cuando llegaron al Chaco, ese territorio era salvaje,
estando solo ocupado por indígenas no contactados o en estado inicial de
contacto. El desarrollo, lento y difícil al comienzo, fue facilitado por los
avances de la carretera Trans Chaco (Hecht 2007) y pasó a ser muy rápido y,
así, en 2011 los tres primeros asentamientos chaqueños ya faenaban 360 mil
cabezas de ganado vacuno por año, habiendo transformado el Paraguay en el sexto
productor mundial de carne (Duerksen 2011). Es probable que entonces sus
pastizales ya debían cubrir varios cientos de miles de hectáreas y, además,
usaban de 25 a 30 mil hectáreas por año para cultivos agrícolas. Asimismo,
crearon una cooperativa indígena que tenía 123 mil hectáreas, de las que 27 mil
eran pastizales. Pero esas cifras corresponden tan solo a una parte de sus
posesiones en el país pues hubo menonitas que se separaron de las colonias. En
esa región, una sola familia menonita podía disponer de 2 a 3000 hectáreas, por
las que oportunamente pagaron muy poco por ser “tierras sin desbravar” (Daniels
2011). Vidal (2010) reporta que tan solo en el Chaco los menonitas ya debían
poseer tanto como dos millones de hectáreas, a las que deforestaban con
urgencia, precisamente debido al riesgo de que las crecientes protestas de los
ambientalistas y antropólogos consiguieran imponer limitaciones. Además,
comenzaron a sufrir presión de otros usuarios de la tierra (Mander 2019). El
reciente estudio de le Polain de Waroux (2020) confirma que las colonias
menonitas controlan hoy alrededor de 1,8 millones de hectáreas en Paraguay, es
decir 4,5% del territorio nacional. A esto hay que sumar los cientos de miles
de hectáreas de tierra de propiedad privada de menonitas fuera de las colonias,
que en 2010 llevaba este total casi al 8% del territorio del Paraguay (Fast
2020). En promedio, según deducen le Polain de Waroux (2020), los menonitas
controlan unas veinte veces más tierras que los propios paraguayos, a pesar de
ser el 0,45% de la población del país.
Los
menonitas llegaron a Bolivia a partir de 1954. Pero la mayor expansión se dio a
partir de 1990, aprovechando de un programa de ampliación de la colonización de
las tierras bajas (Chaco y Chiquitanía) financiado por el Banco Mundial. Unos
10 mil de ellos se instalaron cerca de la ciudad de Santa Cruz, donde adquirieron
inicialmente unas 70 mil hectáreas que habían sido propiedad de ganaderos y
pequeños propietarios o poseedores locales.
Este núcleo se expandió y multiplicó rápidamente en la región de Santa
Cruz y, en mucho menos proporción, en otras. En 2008 la población menonita
alcanzó 57 375 habitantes (Schartner y Dürksen 2009). A 2015 existían 67
colonias o emprendimientos menonitas en el país, cubriendo oficialmente más de
324 mil hectáreas. Pero, esta información solo se refiere a las colonias y
propiedades ya tituladas y debidamente registradas en el Instituto de Reforma
Agraria, existiendo muchas otras bien establecidas y reconocidas, pero no
legalizadas ni contabilizadas. En total se estima que los menonitas posean unas
650 mil hectáreas del territorio boliviano (Kopp 2015). Esas tierras eran, en
su mayor parte, bosques chiquitanos y chaqueños no intervenidos, cuya madera
fue explotada por los menonitas antes de quemar el resto para establecer sus
crianzas y cultivos. En total, según el recuento de le Polain de Waroux (2020),
los menonitas de Bolivia cultivan actualmente más de un millón de hectáreas en
las tierras bajas, principalmente en el departamento de Santa Cruz en el que
tienen alrededor de 875 000 ha. Ellos han aprovechado del auge del cultivo de
la soya, que se ha convertido en el cultivo más importante de esa parte del
país. Los menonitas no habían penetrado en el bioma amazónico de Bolivia hasta
que, a partir de 2005 se han instalado en Río Negro, Beni, cerca de la frontera
con el Brasil. La colonia de Río Negro, después de un periodo de poca
actividad, relanzó sus actividades, causando la destrucción de 5 mil hectáreas
de bosque entre 2017 y 2019 (Finer y Mamani 2019).
Los
registros de menonitas dedicados a actividades rurales en Colombia son más
recientes. Las primeras denuncias corresponden a la adquisición, en 2016, de 17
mil hectáreas en el departamento de Meta (El Tiempo. Unidad Investigativa 2018;
Impacto 2020), en el centro del país, que ecológicamente corresponde a la
Amazonía Andina, aunque se encuentra en la cuenca del Orinoco. Compraron
algunas propiedades grandes y muchas pequeñas, pagando al contado. Se trata,
por el momento, de unas 300 personas principalmente provenientes de México, que
piensan dedicarse al cultivo de soya, entre otros. Crearon dos sociedades o
empresas para ese fin: Agroindustria Llanos la Esperanza S. A. S. y Agrícola
Enns del Llano S. A. S. Las tierras adquiridas parecen todas haber sido
habilitadas para uso agropecuario desde hace algún tiempo. Según Rutas del
Conflicto (2021) y La Liga Contra el Silencio (2021), este grupo ya ha
acumulado en los Llanos no menos de 32 552 hectáreas. Uno de estos predios
todavía es un baldío de la nación. También describen que varios predios les
fueron adjudicados fraudulentamente (Rutas del Conflicto 2021).
El
caso peruano ha sido muy bien descrito por Praeli (2020a, 2020b, 2021a,
Actualidad Ambiental 2021) y claramente demostrado por los estudios del
Proyecto de Monitoreo de los Andes Amazónicos - MAAP (Finer y Mamani 2019;
Finer et al 2020). Aunque los menonitas llegaron al Perú en los años 1950,
ellos se dedicaron al proselitismo religioso y hasta recientemente no se tenía
noticia de grupos practicando agricultura en el Perú (Wikipedia 2021c). Se
conocía la presencia en la Amazonía, desde algunas décadas atrás, de otras
sectas religiosas, como la Asociación Evangélica Misionera Nuevo Pacto
Universal, más conocidos como los “israelitas”, las que se han reactivado
recientemente (Praeli 2021b) ahora reforzados por un partido político
(Villasante 2020). Pero, menonitas provenientes principalmente de Bolivia han
adquirido, a partir de 2015 una extensión indefinida pero grande de tierras
cubiertas de bosques naturales en dos localidades de la Amazonía peruana:
Masisea (Ucayali) y Tierra Blanca (Loreto), en las que hasta octubre de 2020 ya
habían deforestado un total de 3 400 hectáreas (Finer et al 2020). A pesar de
la intervención de la Fiscalía, de la Procuraduría Pública del Ministerio del
Ambiente y de la autoridad forestal regional que respondieron a demandas sobre
la legalidad de la operación, ellos han continuado deforestando y abriendo
nuevos frentes de colonización (Finer et al 2021; Actualidad Ambiental 2021,
Praeli 2020b, 2021a). También se menciona (sin confirmación) otro grupo, menor,
en algún lugar de la selva de Huánuco. Como en Colombia y en otros países, los
menonitas han dado a esos asentamientos un formato empresarial, creando, en el
caso de Masisea, la Asociación Colonia Menonita Cristiana Agropecuaria Masisea que posee registro comercial y documentación
fiscal, en la que declaran estar dedicados a la ganadería de bovinos y
bufalinos.
En
resumen, la actividad agropecuaria menonita en Bolivia y Paraguay ha afectado
en total posiblemente más de cuatro millones de hectáreas, que han sido
radicalmente desprovistas de sus bosques o de su vegetación original. Estos
fueron primeramente explotados, su madera fue usada en la construcción de
viviendas e instalaciones o ha sido transformada en carbón o fue
comercializada. No aplicaron criterios ambientales a pesar de estar ampliamente
difundidos, como es proteger un porcentaje del área con su vegetación original,
o preservar la vegetación ribereña. Nada cambió en sus prácticas durante o
después de los años 1990, pese a los llamados de la Conferencia de las Naciones
Unidas sobre Ambiente y Desarrollo de junio de 1992 (Eco-92) ni a la multitud
de eventos, convenciones y tantos otros hechos, incluyendo políticas y
legislaciones nacionales, llamando la atención para un uso más sensato de los
recursos naturales renovables.
Ya
en el siglo XXI, como visto, los menonitas han iniciado sus avances sobre la
Amazonía, tanto en Bolivia como en Perú y Colombia. En total, en esos tres
países ya han ocupado cerca de 40 mil hectáreas, de las que con certeza han
deforestado casi 10 000 apenas en Bolivia y Perú y otras tantas en Colombia.
Han replicado en esos emprendimientos sus prácticas previas; es decir, han
hecho tala rasa, sin dejar absolutamente ninguna vegetación natural.
Otros
impactos ambientales e impactos sociales
Además
de la deforestación y de sus bien conocidas consecuencias, en términos de
pérdida de diversidad biológica, emisión de gases de efecto invernadero y
alteración del ciclo hidrológico, hay otros problemas ambientales asociados a
los asentamientos agropecuarios menonitas. En efecto, contrariamente a lo que
puede parecer y a lo que se suele creer, salvo excepciones, no practican
agricultura ecológica ni, mucho menos, producen alimentos orgánicos. En
realidad, hacen un uso muy intensivo de agroquímicos de todo tipo, incluidos
abonos minerales y, obviamente, pesticidas, herbicidas, fungicidas, nematicidas
y otros agrotóxicos de uso común en la agricultura intensiva y, asimismo, usan
semillas transgénicas siempre que pueden. Por esos motivos han sido
frecuentemente denunciados. Por ejemplo, en Bolivia, se les acusó de provocar
incendios forestales asociados a la limpieza de sus campos (Sputnik 2019) y,
asimismo, de usar y vender maíz transgénico además de toda clase de agrotóxicos
(Leisa, 2020). De México se reporta que colonias menonitas practicaron el
drenaje de humedales protegidos por ley, así como sobreexplotación de
acuíferos, con los consecuentes impactos para otros usuarios (Morimoto 2019).
El mismo autor cita el uso abusivo de agrotóxicos en el cultivo de arroz. Según
esa referencia, en 2016 un estudio del Centro de Ecología Pesquerías y
Oceanografía del Golfo de México de la Universidad Autónoma de Campeche reveló
la existencia de glifosato en el manto freático y en la orina de los habitantes
del municipio de Hopelchen, debido al uso indiscriminado de agroquímicos. El
estudio indicó que entre 1987 y 2007 se utilizaron en la región casi 2 mil
toneladas de herbicida, pero que tan solo en 2016 se detectaron 13 500
toneladas de ese y otros agroquímicos peligrosos. También relata que los
residuos químicos que quedan en el aire han causado la muerte de abejas y la
baja en la producción de miel en un 70%.
Otro
problema asociado a las colonias menonitas es el uso de maquinaria agrícola
pesada, que compacta el suelo (Quadri 2017), lo que compensan con arados
subsoladores, desdeñando técnicas más apropiadas para los suelos que usan, como
es alternancia de cultivos o la siembra directa contribuyendo a la degradación
del suelo y, por ende, a uso cada vez más intensivo de correctores,
especialmente fertilizantes. Ellos no adaptan sus cultivos a la realidad
ecológica local. Ganan dinero forzando la producción en base a mucha inversión
convencional, especialmente en fertilizantes, pero, en el largo plazo, dejan
tierra arrasada. No practican agrosilvicultura o silvopecuaria, es decir,
asociaciones de árboles con cultivo o ganado, como se recomienda para los
ecosistemas en que trabajan.
De
otra parte, los asentamientos menonitas nuevos construyen y mantienen
carreteras para acceder a sus predios. Eso facilita el ingreso de nuevos
agricultores, en su mayoría invasores, que se instalan en las proximidades,
ampliando el daño. Además, en el caso de Masisea los menonitas usan esa excusa
para justificar las deforestaciones más recientes que achacan a terceros
(Praeli 2020). Y, de ese modo también están facilitando el acceso al Área de
Conservación Regional Imiría y a las tierras de una comunidad nativa de la
etnia shipibo (Zero Deforestation 2020, Praeli 2021a).
La
aproximación de los menonitas a los pueblos originarios tiene dos vertientes,
que a veces usan simultáneamente: (i) asimilarlos a sus creencias y usarlos
como mano de obra barata, como hicieron en algunos lugares del Chaco paraguayo
o, (ii) empujarlos “monte adentro”, sin mayor violencia, pero aprovechando el
hecho de que muchos nativos no aprecian esa vecindad. Eso está ocurriendo en
Masisea, Perú, con los shipibos de la comunidad aledaña de las que los
menonitas invadieron una parte (Zero Deforestation 2020; Praeli 2021a) y en
Puerto Gaitán, Meta, en Colombia (Rutas del Conflicto 2021).
Los
agricultores tampoco están satisfechos con la cercanía de los menonitas. Por ejemplo,
en Bolivia, el Consejo Nacional por el Cambio (Conalcam), que agrupa a
sindicatos, organizaciones vecinales y otros grupos oficialistas, ha protestado
reiteradamente por comportamientos atribuidos a los menonitas, especialmente
uso del fuego, en el Beni y en otros lugares del país (Sputnik 2019).
La
ilegalidad como rutina menonita en sus prácticas agropecuarias
Praeli
(2020a, 2020b) y especialmente Praeli (2021a) han descrito bien este aspecto de
la intervención menonita en la Amazonía peruana. La ilegalidad del
comportamiento cubriría varios aspectos: (i) compra irregular de tierra, (ii)
falta de autorización previa de cambio de uso de la tierra, (iii) deforestación
sin autorización y (iv) persistencia del comportamiento ilegal a pesar de
advertencias. En efecto, la primera cuestión es cómo y a quién compraron una
tierra cubierta de bosques naturales que, a todas luces, es pública y que
además cubren tierras de aptitud forestal, que por ley no pueden sufrir cambio
de uso. A eso se suma el hecho de que pagaron precios muy variables, pero
muchas veces irrisorios por la misma, basados en el engaño a pobladores locales
que, de otra parte, por lo general tampoco son sus dueños legítimos sino apenas
posesionarios informales. Los menonitas usan intermediarios locales para
comprar la tierra, los que suelen ser personas inescrupulosas que, para
efectuar las compras y ganar sus comisiones engañan y amedrentan a los
agricultores. La autora mencionada examinó las partidas registrales del
asentamiento de Masisea, en los que se da cuenta que el precio pagado por cada
hectárea varió de 1000 soles (307 dólares) hasta 4000 soles (1230 dólares).
Pero también hay transacciones sobre áreas más grandes, demostrando la
intervención ilegal de autoridades locales. En el lugar citado se detectaron 40
fichas catastrales elaboradas en el 2015 que contenían información falsa para
titular bosques como si fueran áreas de cultivo. Asimismo, también en Masisea se encontró que
de 47 fichas en el Sistema Catastral para Predios Rurales del Ministerio de
Desarrollo Agrario y Riego (SICAR), que es la base de datos oficial que muestra
información de los predios rurales de Perú, 29 de se superponen con los
territorios de dos comunidades del pueblo shipibo-konibo; cuatro con los de la
comunidad nativa Caimito y 25 con las tierras de la comunidad nativa Buenos
Aires.
La
siguiente irregularidad es el cambio de uso de la tierra y la deforestación sin
pedir permiso, sin haber recibido la autorización pertinente o, eventualmente,
antes de recibirla. Estas irregularidades estarían confirmadas por las
autoridades forestales locales y por la Procuraduría del Medio Ambiente y las
Fiscalías Especializadas en Materia Ambiental (FEMA) de Ucayali y Loreto que
investigan la pérdida de bosque en los dos territorios (Praeli 2020b, 2021a).
Por ejemplo, en el informe técnico sobre Tierra Blanca, al que también accedió
la autora, se precisa que en esa zona deforestada existen 135 predios privados
y solo 12 permisos forestales, no todos de menonitas. La ley dispone que
primero se acepta el cambio de uso de la tierra y que, estando eso resuelto,
debe pedirse la autorización de desbosque. Son dos pasos que han sido
ignorados. Finalmente, los menonitas fueron advertidos y alertados sobre los
pasos legales a cumplir, pero ignoraron y han continuado ignorándolos. En todos
los casos ha sido evidente la participación de autoridades locales corruptas,
gubernamentales o municipales.
La
rutina parece ser, para los menonitas, no complicarse la vida solicitando
autorizaciones para cambiar de uso de la tierra y derrumbar el bosque, tal como
lo revela su comportamiento también en México, donde tienen un largo historial
de violaciones de la ley. No hay información de cuántas hectáreas ellos tienen,
pero deben poseer un área muy grande. En décadas recientes han expandido sus
actividades y se han ido desplazando a estados como Baja California, Oaxaca,
Tabasco y Yucatán. Estas expansiones han generado muchos conflictos ambientales
debido a deforestación de bosques naturales, algunos de ellos protegidos, sin
ninguna autorización. Quadri (2017) cita varios casos, entre 2008 y 2017, como
la deforestación de 800 hectáreas de bosque tropical en Campeche y, otra vez,
en 2013, cuando la Procuraduría General del Ambiente (Profepa) advirtió la destrucción
sin ningún permiso de 2300 hectáreas de bosque en predios menonitas del estado
Cohauila. Entre 2012 y 2013, en el estado de Quintana Roo, la Profepa
inspeccionó y denunció penalmente a un grupo de menonitas por un desmonte con
fuego (incendio provocado en el bosque tropical) y cambio de uso de suelo sin
autorización que afectó casi 100 hectáreas dentro de un área natural protegida
(Quadri 2017). El mismo autor indica que, en 2017, también en el estado de
Quintana Roo, la Profepa conjuntamente con la Secretaría de la Marina Armada de
México, constató la destrucción de 1445 hectáreas de bosque tropical en tres
predios de menonitas, de manera ilegal y sin ningún tipo de autorización. A
2017, la Profepa había levantado más de 176 expedientes en contra de las
comunidades menonitas de México, por afectaciones ecológicas. Otro autor
(Morimoto 2019) señala que, en 2017, la Secretaría del Medio Ambiente de
Campeche registró la deforestación de 759 hectáreas de la selva baja y la
consecuente clausura de 5 aserraderos y el decomiso de 299 hornos para carbón
vegetal. Asimismo, ese autor señala la sobreexplotación de acuíferos para
cultivar arroz y abuso de aplicación de agrotóxicos. La Asociación de
Consumidores Orgánicos de México los ha denunciado reiteradamente (Consumidores
Orgánicos 2019). También se ha responsabilizado a los menonitas por la invasión
y destrucción de la vegetación de 1750 hectáreas de un humedal de Quintana Roo
(Fitzmaurice 2017) acción que, aparentemente continuó, alcanzando más de 3 mil
hectáreas en 2019. En Bacalar, Quintana Roo, se les sancionó por haber removido
la vegetación de 679 hectáreas, afectando un ecosistema de selva mediana
subperennifolia y selva espinosa subperennifolia de Astornium graveolens, que
era refugio de Thrinax radiata y Aratinga nana, especies listadas en la Norma
Oficial Mexicana NOM-059-SEMARNAT-2010, sobre especies raras o amenazadas
(Cambio 22 2020). Las mismas acusaciones de violar la legislación, no solo en
relación a las tierras y a la deforestación, sino asimismo por contaminación
ambiental, abuso del uso de agua en detrimento de terceros han sido reportadas
en Bolivia (Leisa 2020). Traspasso (1994) concluye que la inmigración menonita
en Belice ha sido una fuerza destructiva mayor.
Todas
las referencias a la ilegalidad del proceder menonita abundan en denunciar la
aparente inmunidad con la que actúan, a pesar de la reiteración de las
denuncias y de las sanciones, que no respetan. Parecen acudir a argumentos e
influencias religiosas y, en el caso de México, se beneficiarían de las mismas
reglas que privilegian las etnias nativas (Quadri 2017).
Conclusiones
La
primera conclusión de esta revisión es que la idea tan generalizada de que los
menonitas son una secta apegada a la naturaleza, que practica una agricultura
“ecológica” u “orgánica” es falsa. Esta visión proviene de uno de los subgrupos
menonitas, conocidos como amish, instalados principalmente en Pensilvania,
EE.UU., pero que en realidad viven también en muchos otros lugares, inclusive
en América Latina. Estos, en efecto, viven muy simplemente y ejercen una
agricultura rudimentaria, de bajo impacto. Pero los demás, aunque llevan una
vida sin extravagancias, practican una agricultura moderna, intensiva, de alto
impacto ambiental, con uso y abuso de agroquímicos, maquinaria agrícola pesada
y técnicas agronómicas de alto impacto, incluido uso generalizado de variedades
de cultivos genéticamente modificados.
Su
impacto ambiental más importante ha sido como agentes eficientes de
deforestación y alteración de ecosistemas naturales. En base a las
informaciones previas se puede deducir que a nivel de América del Sur han
deforestado directamente no menos de cuatro millones de hectáreas,
principalmente en los biomas Chaco (Paraguay y Bolivia) y Chiquitanía (Bolivia)
y que continúan haciéndolo. Como suelen instalarse en tierras nuevas,
construyen vías de acceso y éstas son aprovechadas por otros agricultores
informales que aumentan la extensión de la deforestación. Preocupa,
especialmente, la expansión de sus programas de colonización en las regiones
amazónicas de Bolivia, Perú y Colombia, donde ya eliminaron probablemente unas
veinte mil hectáreas de bosques, lo que continúan haciendo sin interrupción.
Sorprende el hecho de que en sus operaciones no aplican ninguna salvaguarda
ambiental, como establecimiento de reservas de bosque o la protección de la
vegetación de riberas o de las nacientes de agua. Parecen ignorar completamente
la importancia de desarrollar una agricultura más balanceada con el entorno
natural.
Preocupa,
asimismo, su comportamiento social. Ellos violan sistemáticamente y, en
general, impunemente las leyes de ocupación y uso de la tierra que rigen en los
países a los que llegan, pareciendo reclamar privilegios especiales que los
exoneran de obedecerlas. En el caso de la Amazonía del Perú, la acción de los
menonitas se suma a la de empresas transnacionales que, con el pretexto de
desarrollar plantaciones de cacao y palma aceitera, han usado las mismas
prácticas ilegales para ocupar la tierra en desmedro de los pobladores locales,
especialmente los indígenas. De hecho, las colonias menonitas han perjudicado
directamente a comunidades nativas de todos los países a los que llegaron.
De
otro lado, es innegable que las inmigraciones menonitas han brindado lo que
puede ser considerado beneficio a algunos países. Así, ellos convirtieron al
Paraguay en una potencia mundial exportadora de carne de bovinos y, en el caso
de Bolivia, han contribuido significativamente a transformarlo en país
exportador de soya y otras commodities. No hay duda que, en esos dos países,
los menonitas han tenido una gran influencia en la economía y, por ende, en la
política. Pero, eso, como visto, ha tenido un alto costo ambiental y social.
En
el caso especial del Perú hay, pues, preguntas obvias que merecen ser
respondidas por las autoridades pertinentes, tanto nacionales como regionales:
(i) ¿cómo los menonitas compraron tierra con bosques naturales, habida cuenta
que, en principio, esos bosques son del Estado o de comunidades nativas?, (ii)
¿cómo esas compras fueron formalizadas, registradas o legalizadas si, en
realidad son ilegales?, (iii) ¿por qué las autoridades competentes esperaron a
que se deforesten, en la actualidad unas cuatro mil hectáreas, sin hacer nada o
casi nada?, y (iv) ¿qué autoridades o influencias han facilitado la entrada
masiva al Perú de los menonitas y su asentamiento en los departamentos de
Loreto y Ucayali?
Finalmente,
como es bien sabido, los propios peruanos son grandes devastadores de sus
bosques naturales, estando ya próximos de llegar a la destrucción del 20% de su
parte de la Amazonia (Dourojeanni 2019), muy cerca del llamado punto de
inflexión, a partir del cual el proceso de degradación de ese bioma puede
tornarse irreversible (Lovejoy y Nobre 2018). Es decir que, ciertamente, no es
deseable que en ese contexto se agregue la deforestación que realizan, en este
caso, nuevos grupos extranjeros que, con muchos más recursos, brindan pésimo
ejemplo a las poblaciones locales.
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