Recibido: 01/08/2020 Revisado: 08/08/2020 Aceptado: 10/08/2020
Publicado: 25/10/2020
RESUMEN
Como corresponsales de guerra, los investigadores enfrentan el reto de
reportar a diario el enfrentamiento al SARS-CoV-2, virus que ha puesto
en vilo la salud pública y la estructura socio-económica
de prácticamente todos los países. Normas básicas
de higiene y el aislamiento social son valiosas armas en el plan
estratégico de este combate. No obstante, para limitar la
propagación del virus y manejar la enfermedad que este produce
(COVID-19), es táctico comprender el rol dual de la respuesta
inmune en los individuos infectados. Por una parte, los actores
moleculares y celulares del sistema inmune son, sin duda, determinantes
en el control de la infección y la replicación viral;
pero, por otra parte, también se ha evidenciado su
contribución a la severidad y mortalidad por COVID-19. En
consecuencia, el diseño e implementación de estrategias
de inmunoterapia para manipular al sistema inmune, así como la
identificación de biomarcadores inmunológicos con valor
pronóstico, son una prioridad en la prevención y manejo
de esta enfermedad. La experiencia acumulada y las oportunidades que
ofrece la ingeniería genética en el diseño de
plataformas vacunales y otras terapias biológicas, son
determinantes. Sin embargo, las etapas y plazos de tiempo que
regularmente requieren el desarrollo de estos productos, no son
compatibles con la necesidad de controlar la pandemia en el menor plazo
de tiempo posible. ¿Qué riesgos enfrentamos cuando una
pandemia nos fuerza a modificar la estrategia de desarrollo de un arma
terapéutica? El presente trabajo abordará la relevancia
de la inmunoterapia contra SARS-CoV-2 y los retos de su desarrollo en
medio de esta guerra.
Palabras clave: Infección por coronavirus, sistema inmunológico, inmunoterapia, desarrollo de medicamentos, pandemia y COVID-19.
ABSTRACT
As war correspondents, investigators face the challenge of reporting on
a daily basis the confrontation with SARS-CoV-2, a virus that has put
public health and the socio-economic structure of virtually all
countries at collapse edge. Basic rules of hygiene and the social
isolation are valuable weapons in the strategic plan of this battle.
However, to limit the spread of the virus and manage the disease it
produces (COVID-19), it is tactical to understand the dual role of the
immune response in infected individuals. On the one hand, the molecular
and cellular actors of the immune system are, without a doubt,
determining factors in the control of infection and viral replication;
on the other hand, its contribution to COVID-19 severity and mortality
has also been evidenced. Consequently, the design and implementation of
immunotherapy strategies to manipulate the immune system, as well as
the identification of immunological biomarkers with prognostic value,
are a priority in the prevention and management of this disease. The
accumulated experience and also the opportunities offered by genetic
engineering in the design of vaccination platforms and other biological
therapies, are determining factors. However, the stages and time frames
that regularly require the development of these products are not
compatible with the rapid control of this pandemic. What risks do we
face when a pandemic forces us to modify the development strategy of a
therapeutic weapon? This paper addresses the relevance of immunotherapy
against SARS-CoV-2 and the challenges of its development in the middle
of this war.
Keywords: Coronavirus infections, immune system, immunotherapy, drug development, pandemic and COVID-19.
INTRODUCCIÓN
El SARS-CoV-2 es un coronavirus, cuyo material genético es un
Ácido Ribonucleico (ARN) de simple cadena, con una elevada
capacidad infectiva (Quiroz et al., 2020). Esta afirmación se
valida al revisar los reportes oficiales de la Organización
Mundial de la Salud (OMS) donde se reporta que, en poco más de
ocho meses, cerca de 20 millones de personas de prácticamente
todos los países del mundo han sido diagnosticados con la
enfermedad que el SARS-CoV-2 produce: la COVID-19 (OMSa, 2020). Los
coronavirus responsables del Síndrome Respiratorio Agudo Grave
(SARS, de sus siglas en inglés) y del Síndrome
Respiratorio de Oriente Próximo (MERS, de sus siglas en
inglés) producen cuadros clínicos más graves que
el SARS-CoV-2 (Paules et al., 2020). Aunque la letalidad reportada para
estos síndromes es mayor que la de SARS-CoV-2 (Prompetchara et
al., 2020), su impacto social y sobre los sistemas de salud
resultó significativamente menor, pues ambos virus tuvieron una
expansión más limitada. A pesar de las medidas
básicas de contención implementada por los gobiernos y
los sistemas de salud, la OMS declaró una situación de
emergencia sanitaria pandémica. En este contexto, las
instituciones académicas, las empresas farmacéuticas y
biotecnológicas, y consorcios financieros, como la
Coalición de Innovaciones en Preparación para las
Epidemias (CEPI, de sus siglas en inglés), han implementado
diversas estrategias para impulsar la inmunoterapia en el manejo de la
infección con SARS-CoV-2 (Lurie et al., 2020).
La inmunoterapia es un concepto moderno, que incluye no solo la
estimulación y el ¨entrenamiento¨ de la respuesta inmune
para inmunizar contra las infecciones (vacunología), sino que
abarca todas las alternativas de manipulación de la respuesta
inmune con el fin de tratar enfermedades crónicas como el
cáncer, los síndromes neurodegenerativos, la
autoinmunidad, la hipersensibilidad, y otras (Wraith, 2017). Las
diversas estrategias de inmunoterapia (y farmacológicas en
general) que se encuentran actualmente en investigación
clínica para el manejo de la COVID-19, se registran en la
Plataforma de Registro Internacional de Ensayos Clínicos de la
OMS, y se procesan por un equipo internacional de investigadores
encargados de ordenarlas, mapearlas y detallarlas
sistemáticamente, para su revisión por la comunidad
científica internacional, en un formato gráfico altamente
interactivo (Boutron et al., 2020).
La pandemia por SARS-CoV-2 ha llevado a plantear un interesante
abordaje de la inmunoterapia, en el que se impulsan en paralelo
alternativas que buscan, tanto inmunizar a la población, como
manejar los síntomas que la COVID-19 produce. Lo anterior es
consecuencia de dos razones fundamentales: la primera, el conocimiento
de las características de la respuesta inmune frente al virus,
lo cual permite potenciar los mecanismos efectores de la respuesta
antiviral (Vabret et al., 2020); la segunda, la evidencia de que, la
desregulación de la respuesta inmune en los pacientes con
COVID-19 puede producir una respuesta inflamatoria que condiciona el
curso clínico de la enfermedad y su mortalidad (Abdin et al.,
2020; Yajing et al., 2020).
El desarrollo de la biotecnología y la ingeniería
genética, así como la capacidad de manipular la respuesta
inmune, con herramientas del propio sistema inmune (ej. citocinas,
anticuerpos), ofrece una sólida plataforma para que la
inmunoterapia se posicione entre las alternativas para el manejo de
esta enfermedad. Sin embargo, hay un reto que no se debe menospreciar:
el hecho de que todo este abordaje se construye en el contexto de una
pandemia. Lo anterior implica que se deformen tanto los plazos de
tiempo, como las necesidades financieras y logísticas, la
divulgación de información científica (y la muy
poco científica) y la presión social, que
acompañan el desarrollo de estas terapias en una
situación epidemiológica de emergencia sanitaria.
Estos aspectos guiarán el contenido del presente trabajo, que
recorre la respuesta inmune contra el SARS-COV-2, los resultados
alcanzados por las diferentes alternativas de inmunoterapia en
investigación clínica, los mediadores de la respuesta
inmune como biomarcadores en el diagnóstico y pronóstico
de la COVID-19, así como los retos que impone la
situación de pandemia a la investigación clínica y
el registro de los medicamentos, para combatir esta enfermedad a escala
mundial.
DESARROLLO
I. Respuesta inmune antiviral
La respuesta inmune antiviral, incluyendo la inducida tras la
infección con el SARS-CoV-2, involucra diversos actores
celulares y moleculares de la respuesta inmune, tanto del sistema
innato como del adaptativo (Vabret et al., 2020). La eficacia de la
misma depende de factores propios del hospedero (edad, condición
de salud, estado nutricional, predisposición genética) o
del virus propiamente (vía de entrada al organismo, mecanismo de
infección celular, estrategia de escape a la vigilancia
inmunológica). En general, estos mecanismos se pueden dividir en
dos categorías: 1) los que limitan la infección celular y
la replicación viral; 2) los que eliminan a las células
infectadas (Figura 1).
Figura 1. Mecanismos moleculares y celulares de la respuesta inmune,
innata y adaptativa, involucrados en el control de la infección
viral y la eliminación de las células infectadas. Tomado
y modificado de Abbas et al., 2017
Los interferones tipo I y tipo III (IFNs), y los anticuerpos,
contribuyen a inhibir la replicación y la infección
viral, respectivamente. Los primeros, están constituidos por
diversas moléculas secretadas como resultado de la respuesta
inmune innata. Los segundos, son glicoproteínas producidas por
los linfocitos B. Estas células son componentes de la respuesta
inmune adaptativa, que al reconocer los antígenos virales se
diferencian a células plasmáticas con elevada capacidad
secretora.
Los IFNs tipo I y tipo III provocan la degradación del mARN
viral, inhibición de la síntesis de proteínas
virales y el ensamblaje de los viriones (Ivashkiv y Donlin, 2014). La
secreción de los IFNs tipo I y tipo III se produce como
resultado del reconocimiento de patrones moleculares asociados a los
patógenos (PAMPs, de sus siglas en inglés), por
receptores poco diversos y poco específicos conocidos como
receptores de patrones moleculares. Entre estos receptores resaltan los
llamados Receptores tipo Toll (TLR, de sus siglas en inglés),
ubicados en la membrana plasmática o endosomas intracelulares
(Li et al., 2020; Prompetchara et al., 2020). Como muestra la Figura
2A, los TLRs ubicados a nivel intracelular (ej. TLR 3 y TLR7) reconocen
como PAMPs al material genético de los virus. Es importante
resaltar, que en pacientes con la COVID-19, se ha descrito la
deficiente producción de IFNs tipo I, en comparación con
lo inducido por infecciones con los virus SARS-CoV y MERS (Mantloa et
al, 2020; Hadjadj et al., 2020). Además de la secreción
de IFNs, la activación de los TLRs favorece la secreción
de mediadores de la inflamación, como las citocinas IL6 e
IL1β, cuya relevancia en la inmunopatogenia del SARS-CoV-2 se
retomará más adelante.
Por otra parte, para que se produzca la secreción de
anticuerpos, los linfocitos B deben reconocer los antígenos
virales con su Receptor de Células B (BCR, de sus siglas en
inglés). Los BCR son altamente específicos y reconocen
los antígenos con alta afinidad. Estos receptores se distribuyen
de manera clonal, de modo que varios clones de linfocitos B se activan
y diferencian a células plasmáticas ante la presencia de
un virus, lo que produce una respuesta policlonal de anticuerpos. Los
anticuerpos pueden ser de cinco clases diferentes, siendo los IgM, IgG
e IgA los más relevantes en la respuesta contra SARS-CoV-2. Al
reconocer los virus, los anticuerpos neutralizan su capacidad infectiva
y favorecen su remoción, al estimular la fagocitosis mediada por
otras células del sistema inmune innato: los macrófagos y
los neutrófilos.
Además de su capacidad fagocítica, los macrófagos
y los neutrófilos secretan diversas moléculas muy
importantes para la comunicación intercelular, como las ya
mencionadas citocinas. Las funciones de las citocinas son muy diversas,
incluyendo aquellas con actividad pro-inflamatoria como la IL6 (Hunter
y Jones, 2015), la IL1 (Dinarello, 2018) y el TNFα (Esposito y
Cuzzocrea, 2009). El efecto de estas citocinas puede ser local (en los
tejidos infectados) y/o sistémico (ej. leucocitosis, fiebre,
incremento de la proteína C reactiva). El contexto inflamatorio
que estas citocinas produce, contribuye al reclutamiento, al sitio de
la infección, de linfocitos del sistema inmune innato con
capacidad citotóxica. Estos son llamados asesinos naturales (NK,
de sus siglas en inglés), los cuales reconocen a las
células infectadas e inducen su muerte por apoptosis.
Una segunda población de linfocitos también contribuye a
la muerte por apoptosis de las células infectadas: los
linfocitos T citotóxicos. En general, los linfocitos T
pertenecen al sistema inmune adaptativo (al igual que los linfocitos B)
y se dividen en dos subpoblaciones: los linfocitos T auxiliadores
(expresan en la membrana plasmática la molécula CD4) y
los linfocitos T citotóxicos (expresan en la membrana
plasmática la molécula CD8). Ambas subpoblaciones, antes
de reconocer los antígenos, residen fundamentalmente en los
órganos linfoides secundarios (ganglios linfáticos y
bazo). A estos órganos linfoides llegan las células
dendríticas maduras para mostrar los antígenos virales a
los linfocitos T (presentación de antígenos). Para ello,
las células dendríticas localizadas en los tejidos
infectados detectan los PAMPs del virus con sus TLR (y otros receptores
de PAMPs), fagocitan el virus, y luego transforman los antígenos
virales para que estos puedan ser presentados a los linfocitos T, por
mediación de las moléculas del Complejo Principal de
Histocompatibilidad I y II (MHC-I y MHC-II, de sus siglas en
inglés) (de León, 2020). Como se muestra en la Figura 2B,
las células dendríticas maduras, además, expresan
diversas moléculas de co-estimulación y secretan
citocinas, todo lo cual influye en la activación de los
linfocitos T. Los linfocitos T auxiliadores CD4+ reconocen los
antígenos virales presentados por MHC-II a través de su
Receptor de Células T (TCR, de sus siglas en inglés).
Esto lleva a que se activen, proliferen y se diferencien a un tipo de
linfocito auxiliador, llamado Th1, que secreta IFN tipo II (IFNgamma).
Los Th1 son muy relevantes en la respuesta antiviral, al estimular la
actividad de macrófagos, los NK, los neutrófilos y los
linfocitos B. Por su parte, los linfocitos T citotóxicos CD8+
reconocen, también a través de su TCR, a los
antígenos virales presentados en MHC-I, lo que determina su
activación como célula con capacidad citotóxica
(de León, 2020).
Figura 2. La señalización a través de los
Receptores tipo Toll (TLRs) induce: (A) la transcripción,
traducción y secreción de citocinas inflamatorias y de
IFNs tipo III. Tomado y modificado de Abbas et al., 2017; (B) la
maduración y migración de las células
dendríticas desde los tejidos infectados a los órganos
linfoides secundarios, lo cual es determinante para la
presentación de antígenos virales en las moléculas
MHC y la activación de los linfocitos T. Tomado y modificado de
Crespo et al., 2013
La acción coordinada de todos estos mecanismos debe asegurar el
control de la infección viral y la recuperación de la
homeostasis en los tejidos afectados. Sin embargo, hay dos condiciones
que pueden alterar la efectividad de la respuesta inmune: 1) los
diversos mecanismos que implementan los virus para escapar de la
vigilancia inmunológica; en el caso del SARS-CoV-2 se ha
identificado la ocurrencia de linfopenia, especialmente de linfocitos T
citotóxicos y NK, así como una reducción en la
funcionalidad de las mismas (Zheng et al., 2020); 2) la inadecuada
regulación de la magnitud y la duración de respuesta
inmune, lo que produce un contexto inmunopatológico; esta
condición se presenta en un porciento de los pacientes
infectados con SARSCoV-2, los cuales desarrollan un estado inflamatorio
sistémico consecuencia de la llamada ¨tormenta de
citocinas¨, cuyo control es imprescindible para manejar los
síntomas graves de la enfermedad y evitar un desenlace fatal en
los pacientes (Abdin et al., 2020; Henderson et al., 2020)
II. Estrategias de inmunización contra SARS-CoV-2
Inmunizar a la población, fundamentalmente en edad
pediátrica, para prevenir más de una veintena de
infecciones es sin dudas el procediendo con mejor relación
costo-beneficio que la salud pública ha implementado en la
última centuria (OMSb, 2020). Diversas plataformas
tecnológicas se pueden aplicar para asegurar la eficacia de la
inmunoterapia activa contra el patógeno de interés, las
cuales se han explorado, a
nivel preclínico y clínico, para promover inmunidad
contra SARS-CoV-2 (van Riel y de Wit, 2020). En este sentido, un
elemento muy significativo, es la inducción de una respuesta de
memoria contra el patógeno mediada por los componentes de la
respuesta adaptativa, o sea los linfocitos B (secretores de
anticuerpos) y los linfocitos T. La respuesta de memoria asegura que,
al ocurrir el contacto natural con el patógeno, el sistema
inmune desarrolla una respuesta cuantitativa y cualitativamente
superior que limita su infección. Para conseguir este efecto,
los preparados vacunales incluyen antígenos altamente
inmunogénicos (o sea que despiertan la respuesta inmune)
proveniente de los patógenos y, además, otras
moléculas con capacidad inmunomoduladora, como los adyuvantes
(Mohan et al., 2013). Las estrategias de delivery, la
formulación de la vacuna, las dosis y el esquema de
vacunación son aspectos muy importantes para inducir una
inmunidad protectora de larga duración.
En lo que se refiere al SARS-CoV-2, hasta el momento se encuentran en
activo más de 140 proyectos de inmunoterapia activa en etapa
preclínica, y más de 100 en alguna de las fases de
investigación clínica (Figura 3). De estos
últimos, 29 proyectos clínicos exploran la
inmunización específica contra antígenos de
SARS-CoV-2, liderados por instituciones de diversos países que
colaboran entre sí, con la participación de empresas
farmacéuticas (OMSc, 2020). Entre estos estudios se destacan los
desarrollados por el Instituto Edward Jenner de la Universidad de
Oxford, con el apoyo logístico y financiero de la
compañía farmacéutica AstraZeneca, y el impulsado
por la compañía biotecnológica Moderna, en los
Estados Unidos. A continuación, se describen brevemente los
resultados publicados respecto a estos dos candidatos vacunales, que se
encuentran en la Fase III de investigación clínica
Figura 3. Ensayos clínicos basados en diversas plataformas de
inmunoterapia activa para inmunizar contra antígenos de
SARS-CoV2, o estimular la respuesta inmune inespecífica en
pacientes con la COVID-19 (Total 104 ensayos). En todos los casos, las
líneas azules representan los países que colaboran en la
realización de los ensayos clínicos. Tomado del sitio web
desarrollado por Boutron et al., 2020 (https://covid-nma.com/dataviz/#)
Preparado vacunal de Oxford/AztraZeneca
La prestigiosa revista The Lancet publicó recientemente los
resultados de la aplicación de un candidato vacunal, cuyo
diseño se basa en la expresión de la proteína S
del SARS-CoV-2 en un adenovirus de chimpancé (Folegatti et al.,
2020). La proteína S se ha escogido, para esta y otras
propuestas vacunales, por su alta inmunogenicidad (Walls et al., 2020)
y por su relevancia para la interacción del SARS-CoV-2 con la
Enzima Convertidora de Angiotensina 2 (ACE2, de sus siglas en
inglés), la cual es la vía de acceso del virus a las
células (Quiroz et al., 2020). Este estudio clínico ha
demostrado que la respuesta de anticuerpos contra la proteína S,
que se induce en los voluntarios sanos vacunados, es equivalente a la
detectada en el suero de pacientes convalecientes, tanto en su cantidad
como en su capacidad neutralizante. No menos importante es la
demostración de que en los individuos vacunados se
detectó la presencia de linfocitos T específicos para
esta proteína, secretores de IFNgamma. Todo lo anterior se logra
sin provocar, en los voluntarios incluidos en el estudio, efectos
secundarios tóxicos de consideración (Folegatti et al.,
2020).
Preparado vacunal de Moderna
La plataforma vacunal utilizada por la empresa Moderna, cuyos
resultados han sido publicados en la revista New England Journal of
Medicine, se basa en la inmunización de voluntarios sanos con el
ARN viral (Jackson et al., 2020). Este candidato vacunal,
también resulta altamente inmunogénico. Además, es
efectivo respecto a su capacidad de inducir anticuerpos que neutralizan
la capacidad infectiva del virus, sin producir efectos tóxicos
de consideración en los individuos vacunados.
III. Inmunoterapia pasiva en el manejo de la COVID-19
Diversas son las estrategias que se han ensayado para controlar la
infectividad celular del SARS-CoV-2 y el efecto inmunopatogénico
del mismo en pacientes con COVID-19, fundamentalmente: 1) los IFNs tipo
I; 2) el bloqueo de las citocinas inflamatorias con moléculas
antagonistas y anticuerpos monoclonales; 3) el uso del plasma de
pacientes convalecientes. Este grupo de abordajes terapéuticos
recibe el nombre de inmunoterapia pasiva, o sea que, a diferencia de
las vacunas, no inducen memoria inmunológica en los pacientes.
Otra variante, ensayada como alternativa para controlar la
inflamación en estos pacientes, es el uso de fármacos
anti-inflamatorios convencionales, como la dexametasona (RECOVERY
collaborative group et al., 2020).
IFNs tipo I
La relevancia de los IFNs tipo I en el control de la replicación
viral, y su deficiente producción en pacientes con la COVID-19,
se mencionó anteriormente. Esto explica la racionalidad del uso
de estas moléculas para tratar la COVID-19, especialmente en la
fase temprana de la infección. Las experiencias con el uso de
IFN tipo I-β, tanto in vitro (Mantloa et al., 2020) como en
estudios clínicos (Fan-Ngai et al., 2020; Naghibi et al., 2020),
sugiere el potencial beneficio de esta molécula en el control de
la carga viral en pacientes con la COVID-19. El ensayo clínico
Solidaridad, organizado por la OMS, y del que Perú forma parte,
incluye un grupo de tratamiento que recibe la molécula IFN
recombinante tipo I-β1a (OMSd, 2020). Adicionalmente, se ha
propuesto considerar el uso de IFNs tipo III, pues a pesar de tener una
menor capacidad para inhibir la replicación viral respecto a los
IFNs tipo I, su potencial efecto pro-inflamatorio también es
menor (Park e Iwasaki, 2020).
Bloqueo de citocinas inflamatorias
Considerando la relevancia de las citocinas pro-inflamatorias en la
inmunopatogenia del SARS-CoV-2, y en su consecuencia para el curso
grave de la COVID-19, el bloqueo de estas moléculas es una de
las estrategias más atractivas en investigación
clínica (Harrison, 2020). Como muestra la Figura 4A, más
de 120 estudios clínicos están activos para evaluar la
efectividad del uso de anticuerpos monoclonales (AcMs)
específicos contra mediadores de la inflamación, algunos
de ellos combinados con otras estrategias terapéuticas.
Citocinas inflamatorias como la IL6 y la IL1β se han identificado
como biomarcadores pronósticos del curso clínico grave de
la COVID-19 (Herold et al., 2020; Ziying Ong E et al., 2020). En
consecuencia, el bloqueo de estas moléculas se ensaya con AcMs,
como es el caso del tocilizumab (AcM humanizado específico
contra el receptor de la IL6) (Guaraldi et al., 2020; Sciascia et al.,
2020) y con la molécula antagonista de IL1β, Anakinra (Huet
et al., 2020). Vale resaltar que estas moléculas
terapéuticas no se han diseñado específicamente
para el tratamiento de la COVID-19, sino que, como muchas otras, se han
registrado previamente para otras patologías y actualmente se
valora su eficacia frente al SARS-CoV-2. Otros AcMs en estudio, con
potencial efecto anti-inflamatorio en el contexto de la COVID-19, son:
AcM humano sekukimumab (anti-IL17); AcM humanizado ravalizumab
(anti-C5); AcM humano emapalumab (anti-IFNgamma); AcM humanizado
crizanlizumab (anti-P selectina) (Boutron et al., 2020). Un ejemplo
interesante de la re-evaluación en la COVID-19 de AcMs
previamente registrados, es el caso del AcM humanizado, anti-CD6,
itolizumab (Saavedra et al., 2020). Este AcM, que inhibe una de las
moléculas de co-estimulación de los linfocitos T, se ha
registrado previamente para el tratamiento de enfermedades psoriasis
severa y artritis reumatoide (Hernández et al., 2020).
Plasma de pacientes convalecientes
El uso del plasma colectado de pacientes recuperados de la COVID-19 es
una alternativa muy interesante, que se explota actualmente para
controlar la evolución de la enfermedad. Actualmente, un
centenar de ensayos clínicos, dos de ellos en Perú,
persigue demostrar la efectividad de este procedimiento (Figura 4B).
Figura 4. Ensayos clínicos basados en diversas estrategias de
inmunoterapia pasiva aplicadas a pacientes con COVID-19. (A) Ensayos
clínicos basados en el uso de anticuerpos monoclonales (Total
127 ensayos); (B) Ensayos clínicos basados en el uso de plasma
de individuos convalecientes (Total 105 ensayos). En todos los casos,
las líneas azules representan los países que colaboran en
la realización de los ensayos clínicos. Tomado del sitio
web desarrollado por Boutron et al., 2020
(https://covid-nma.com/dataviz/#)
Al respecto, la Administración de Drogas y Alimentos de Estados
Unidos (FDA, de sus siglas en inglés), ha dictado una
guía con sugerencias acerca de las características de los
donantes y los aceptores en este tratamiento (FDA, 2020). Esta
guía FDA sugiere que los pacientes en condición de
gravedad sean quienes reciban este tratamiento (al menos durante la
fase de investigación clínica), y que los donantes
convalecientes tengan al menos dos semanas sin síntomas y un
determinado título de anticuerpos en suero con capacidad de
neutralizar el virus. Algunos resultados preliminares sugieren la
potencial eficacia de esta inmunoterapia pasiva, con importantes
mejoras en indicadores clínicos de los pacientes tratados en
condición severa, incluyendo: el incremento de la
saturación de oxígeno, la reducción de marcadores
sistémicos de inflamación, y la recuperación de la
linfopenia (Duan et al., 2020).
Una limitación de este procedimiento es que el mismo no permite
valorar la ¨calidad¨ de los anticuerpos presentes en el suero
convaleciente, ni la influencia de otras moléculas presentes en
el suero sobre los pacientes aceptores. Siendo así, se ha
ensayado una estrategia de inmunoterapia pasiva basada en el uso de
AcMs específicos contra las proteínas virales,
especialmente contra la proteína S por su relevancia en la
capacidad infectiva del virus (Jahanshahlua y Rezaeic, 2020). Esta
estrategia, sin embargo, es de un costo significativamente mayor
(especialmente el proceso de generación y caracterización
de los AcMs), y su tiempo de implementación, incluyendo la
evaluación clínica, atenta contra la relación
costo-beneficio en una situación de emergencia sanitaria.
IV. La respuesta inmune en el diagnóstico y evaluación clínica de la COVID-19
La determinación directa de la presencia del SARS-CoV-2 en las
células del epitelio respiratorio con técnicas como la
Reacción en Cadena de la Polimerasa en Tiempo Real (RT-PCR, de
sus siglas en inglés), es el diagnóstico molecular
aceptado para la COVID-19. Sin embargo, la detección de
anticuerpos específicos contra el virus en inmunoensayos se ha
posicionado como un estudio simple, rápido y con niveles
aceptables de especificidad y sensibilidad para identificar pacientes
con COVID-19. En Perú, por ejemplo, alrededor del 60% de los
pacientes reportados diariamente por el Ministerio de Salud corresponde
a pruebas serológicas donde se han detectado estos anticuerpos
(MINSAa, 2020).
Si bien los pacientes tienen cinéticas variables, en cuanto al
periodo de detección del virus y la aparición en el suero
de los anticuerpos antivirales (IgM e IgG), en general se han
establecido plazos de tiempo para la efectividad de uno u otro
método diagnóstico de la COVID-19 (Figura 5).
Considerando que la presencia de anticuerpos en el suero, especialmente
los de tipo IgG, puede extenderse hasta varios meses después de
eliminada la presencia del virus en el organismo, muchos pacientes
pueden ser diagnosticados tardíamente, especialmente aquellos
con un curso asintomático de la enfermedad.
Figura 5. Etapas generales del curso de la COVID-19 donde se indican
los periodos en que resulta efectiva la aplicación de la prueba
de diagnóstico molecular (RT-PCR) o serológica (IgM/IgG).
Los plazos de tiempo mostrados en esta imagen son solo referenciales.
Tomado y modificado del sitio web del Laboratorio HC Marbella
https://www.hcmarbella.com/es/tecnicas-para-un-diagnostico-de-certero-y-precoz-de-covid-19/
Un aspecto en debate ha sido precisamente la duración de los
anticuerpos anti-SARS-CoV-2 en el suero de los pacientes
convalecientes. Evidencias recientes indican que, alrededor de dos
meses después del alta de la enfermedad, el 40 % de los
pacientes asintomáticos y el 13 % de los pacientes
sintomáticos no presentan cantidades detectables de anticuerpos
IgG contra el virus en el suero (Long et al., 2020). Esta
situación limita la propuesta de un ¨pasaporte
inmunológico¨, basado en la presencia de anticuerpos
contra-SARS-CoV-2 en sangre, como evidencia de inmunidad contra el
virus. Otros escenarios, muchos más complejos de extender por su
complejidad tecnológica, sugieren que la respuesta de memoria
mediada por linfocitos T tiene una relevancia significativamente mayor
y podría por tanto ser un adecuado referente de inmunidad
antiviral (Sekine, et al., 2020; Le Bert et al., 2020).
Además de los marcadores moleculares asociados al
diagnóstico de la COVID-19, se han identificado otros marcadores
de evolución clínica con valor pronóstico, como
los niveles de ferritina (Gómez-Pastora et al., 2020) y del
dímero-D (Zhang et al., 2020). Sin embargo, aún se
mantiene muy activa la búsqueda de biomarcadores
inmunológicos que permitan el pronóstico temprano del
curso de la enfermedad y predecir la efectividad de las estrategias
terapéuticas. Para este propósito son muy relevantes las
investigaciones donde se relaciona la evolución del perfil
inmunológico de los pacientes con el curso clínico de la
COVID-19 (Laing et al., 2020; Messner et al., 2020; Shen et al., 2020;
Lucas, et al., 2020)
V. Retos y fortalezas de la investigación clínica en el contexto de la pandemia por SARS-CoV-2
Como se mencionó anteriormente, alrededor del mundo se
están desarrollando numerosos ensayos clínicos
relacionados con el control o el manejo de la COVID-19. Hasta el 8 de
agosto de 2020 se registraron, en la Plataforma de Registros
Internacionales de Ensayos Clínicos de la OMS, un total de 1554
estudios (Figura 6).
Figura 6. Ensayos clínicos dedicados a la investigación
sobre terapias para la prevención, el tratamiento y el
pos-tratamiento de la COVID-19, registrados en la Plataforma de
Registros Internacionales de Ensayos Clínicos (IC-TRP) de la OMS
(Total 1554). Las líneas azules representan los países
que colaboran en la realización de los ensayos clínicos.
Tomado del sitio web desarrollado por Boutron et al., 2020
(https://covid-nma.com/dataviz/#)
Sin embargo, la pandemia ha marcado grandes retos y fortalezas para la
investigación clínica, entre los que destacan:
Enfrentar una enfermedad desconocida
El
hecho de que los virus de la familia Coronoviridae provoquen enfermedades en la
especie humana no es algo novedoso. Estos se describieron por primera vez en
1965 por los científicos Tyrrell y Bynoe en un artículo publicado en
la revista British Medical Journal
(Tyrrell y Bynoe, 1965). Hasta el año 2002 se conocían cuatro cepas capaces de
infectar al hombre, causantes del resfriado común, el cual cursa generalmente
de forma leve a moderada en pacientes inmunocompetentes, por lo que los
coronavirus no eran considerados altamente patógenos. Esta consideración cambió
a partir del año 2002 al surgir en la provincia China de Guangdong una nueva
cepa que provocó una grave infección respiratoria, conocida como el SARS-CoV, y
en el año 2012, apareció en el Medio Oriente otra nueva cepa igual de peligrosa
que la anterior, el MERS-CoV (Tesini, 2020). A finales de diciembre de 2019 la
OMS recoge información sobre una neumonía de origen desconocido en la ciudad China
de Wuhan (OMSe, 2020; ProMED, 2020), y en enero de 2020 las
autoridades chinas anuncian que el brote es ocasionado por un nuevo coronavirus,
el SARS-CoV-2 (denominado inicialmente 2019-nCov). La
divulgación de la secuencia genómica de este virus
(GenBank, 2020) y el primer fallecido por su causa ocurren en ese
propio mes. Para esa fecha, o sea solo siete meses atrás,
aún se consideraba que la transmisión de persona a
persona era limitada, mientras que las características
clínicas de la enfermedad, su grado de propagación y su
origen se mantenían desconocidos (Naciones Unidas, 2020; OMSf,
2020).
Los datos anteriores permiten comprender la difícil tarea de
desarrollar un tratamiento o una vacuna efectiva, para esta nueva
enfermedad, por las lagunas sobre los aspectos virológicos,
epidemiológicos y clínicos de la misma (Reina, 2020). El
30 de enero, debido a la situación epidemiológica
existente, la OMS declaró este brote una Emergencia de Salud
Pública de Importancia Internacional (ESPII). Con el objetivo de
impulsar la investigación en torno a esta infección, y
movilizar recursos humanos y financieros con este fin, se
convocó en febrero de este año el Foro Mundial de
Investigación e Innovación y se re-activó la
Coalición Blueprint, creado por la OMS en el 2016 para fijar las
pautas de investigación y desarrollo de productos durante las
epidemias. Esto permitió evaluar los conocimientos sobre esta
nueva enfermedad, y acelerar el desarrollo de medios
diagnósticos, tratamientos y vacunas. En marzo de 2020 se
estableció una hoja de ruta para la investigación mundial
contra esta nueva cepa de coronavirus (OMSe, 2020).
Tiempo
Habitualmente el desarrollo y la investigación clínica de
un nuevo medicamento toma entre 10 y 15 años (Figura 7). Sin
embargo, el número creciente de casos y fallecidos a nivel
mundial por la COVID-19 ha impuesto la necesidad de reducir los plazos
de tiempo de cada una de las fases de investigación
clínica. La aceleración de la investigación puede
conducir a errores, incluyendo la interpretación errónea
de la realidad o sesgo. Este constituye el mayor enemigo de la
investigación clínica, pues da lugar a falsos resultados
que pueden llevar al registro de medicamentos poco efectivos, o que
provoquen en las personas que los consuman más riesgos que
beneficios. El sesgo en la investigación clínica se debe
a la presencia de uno o más de los siguientes aspectos: la data
incorrecta, la data falsa, los pacientes mal incluidos, los eventos no
reportados, los eventos reportados a destiempo y la influencia
consciente o subconsciente del investigador
Figura 7. Línea de tiempo del desarrollo de un nuevo
fármaco. (A) Tiempo estimado de desarrollo de la fase
preclínica; B) Tiempo estimado del desarrollo de las fases I, II
y III en los ensayos clínicos; C) El nuevo fármaco puede
ser comercializado; durante esta etapa se desarrollan los estudios fase
IV
Además, se deben considerar los retos que pueden conducir a
errores o gastos innecesarios debido a la combinación o
superposición de las fases de investigación
clínica, para acortar su duración (Asociación
Española de Vacunología, 2020; Lurie et al., 2020),
incluyendo: 1) no contar con el tiempo adecuado para analizar los
resultados obtenidos en cada fase clínica; 2) enrolar un mayor
número de personas en cada fase de los que se enrolan
habitualmente; por ejemplo, el número máximo de
enrolados, habitualmente desde la fase I hasta la fase III no supera
los 5400 individuos, sin embargo, en los estudios del candidato vacunal
que desarrolla la Universidad de Oxford se estima enrolar más de
10 200 participantes durante la fase 2/3, lo que puede provocar que
mayor cantidad de personas se afecten, de producirse un evento adverso
(ClinicalTrials.gov, 2020); 3) la construcción de plantas de
producción para una posible vacuna que no llegue a ser aprobada
por las Agencias Regulatorias; 4) garantizar, una vez aprobada la
vacuna, que los métodos de manufactura y de control sean los
adecuados para asegurar la identidad, calidad y pureza de la misma, a
pesar del gran volumen de producción en un corto período
de tiempo.
Recursos financieros suficientes
A pesar de la crisis financiera que atraviesa el planeta, debido a la
pandemia se hace imprescindible un financiamiento aproximado de USD31
300 millones durante los próximos 12 meses para financiar las
investigaciones, el desarrollo de pruebas diagnósticas, los
tratamientos, las vacunas, capacitar al personal y crear las
herramientas imprescindibles que harán posible la
conexión y el aseguramiento de los sistemas de salud a nivel
mundial. De este total, se han recaudado poco más del 10 %, por
lo que aún existe un déficit importante de recursos para
este fin. Un dato a destacar, es que se necesitan USD18 100 millones
para el desarrollo de vacunas, recursos que asegurarían 1000
millones de dosis destinadas a distribuirse en los países de
bajos y medianos recursos antes de finalizar el 2021 (OMSg, 2020).
Desinformación
En muchas ocasiones las redes sociales y la prensa se hacen eco de
información falsa o que no está científicamente
comprobada. A nivel poblacional, estos rumores han llegado a poner en
riesgo la salud y hasta la vida de algunas personas, que por temor al
contagio o a desarrollar una forma severa de la COVID-19, han consumido
medicamentos que no tienen los controles de calidad necesarios o no
están aprobados para el consumo humano. Tal es el caso de la
Ivermectina para uso veterinario o el Dióxido de Cloro (MINSAb,
2020). A nivel de información profesional, el considerar como
resultados validados los datos aparecidos en revistas de
divulgación científicas (alguno de los cuales no han sido
corroborados), ha conducido a tomar decisiones equivocadas y crear
pautas erradas en el tratamiento de la COVID-19.
Fortalezas que facilitan el rápido desarrollo de la investigación clínica
Para sortear los retos que impone el agilizar la investigación y
desarrollo de nuevos tratamientos y pruebas diagnósticas, la OMS
no solamente ha reactivado la Coalición Blueprint, sino que
creó y organizó el ensayo clínico Solidaridad,
para evaluar a escala internacional, y con la consecuente diversidad
genética y cultural, el efecto de cuatro fármacos
(Remdisivir, Interferón β-1a, Lopinavir/Ritonavir y
Cloroquina e Hidroxicloroquina) sobre la reducción de la
progresión y/o mortalidad por SARS-CoV-2 en pacientes adultos
(OMSd, 2020) Como se mencionó anteriormente, Perú forma
parte de este estudio. Además, la OMS ha establecido alianzas
estratégicas con distintas organizaciones como CEPI, la Alianza
Global para Vacunas e Inmunización (GAVI) la cual facilita el
acceso a la inmunización en los países pobres, la
Fundación de Naciones Unidas, y otras organizaciones y
líderes mundiales. Esta cooperación ha posibilitado la
implementación del método ¨velocidad de
pandemia¨, en la que la generación de plataformas de
investigación y desarrollo de vacunas ocurren en plazos muy
cortos. Este método consiste en la aceleración y/o
combinación de las diferentes etapas de la investigación
preclínica o clínica, pudiendo alcanzarse prematuramente
la fase III del ensayo clínico, donde son enrolados un gran
número de personas. Conjuntamente con la investigación y
el desarrollo de las vacunas, se inicia la construcción de las
fábricas de producción de la misma, con el objetivo de
que una vez culminado el estudio y aprobada esta, pueda asegurarse una
temprana producción a gran escala (Figura 8).
Figura 8. Diferencia entre (A) el desarrollo tradicional de vacunas y
(B) el desarrollo de vacunas usando el método “velocidad
de pandemia”. Tomado y modificado de Lurie et al., 2020
El copatrocinio, por el Director General de la OMS, el Presidente de
Francia, la Presidenta de la Comisión Europea, y la Fundación Bill y Melinda
Gates, ha permitido llevar a cabo el proyecto Acelerador de Acceso a
Herramientas COVID-19 (ACT, de sus siglas en inglés), el cual tiene como
objetivo lograr los siguientes beneficios: en el corto plazo, salvar vidas y
reducir las manifestaciones más graves de la COVID-19 y así proteger los
sistemas de salud y restablecer la plena actividad social y económica a nivel
mundial; en el mediano plazo, facilitar un
alto nivel de control de la COVID-19.
Para lograr estos beneficios el proyecto ACT se basa en estos cuatro
pilares: 1) Diagnóstico; 2) Tratamiento; 3) Inmunización (lograr 2000 millones
de dosis de vacunas seguras y eficaces para finales de 2021, de las cuales 1000
millones están destinadas a países de medianos y bajos ingresos; 4) Conexión de
los sistemas de salud (OMSg, 2020). Con el fin de recaudar los fondos
necesarios para llevar a cabo estos proyectos, la OMS junto a la Fundación de
Naciones Unidas, creó el Fondo de Respuesta Solidaria a la COVID-19 (OMSh,
2020).
Un
último aspecto, no menos importante, ha sido establecer una red de información confiable
donde el personal de salud e investigadores puedan compartir y
encontrar información fidedigna y actualizada sobre los
hallazgos clínicos y el resultado de las investigaciones
clínicas y preclínicas, además de los ensayos
clínicos registrados a nivel mundial (OMSi, 2020; Boutron et
al., 2020) Este intercambio de información ha permitido
aprovechar los conocimientos acumulados durante las investigaciones
para combatir el SARS-CoV y el MERS-CoV, con los que el SARS-CoV-19
comparte un 80 % de homología (Asociación Española
de Vacunología, 2020). Lo anterior no solo ha permitido ganar
tiempo, sino que ha servido de guía para evitar errores que
pudieran afectar el diseño y desarrollo de vacunas u otros
tratamientos contra el SARS-CoV-19.
Esta red de información se ha extendido también al
público en general con el objetivo de disminuir y frenar los
rumores y la desinformación sobre la COVID-19, generada tanto
por las redes sociales, como por artículos sensacionalistas de
la prensa (ONU, 2020).
CONCLUSIONES
La emergencia de salud que ha impuesto la morbi-mortalidad asociada al
SARS-CoV-2, ha movilizado los recursos humanos y financieros dedicados
a la investigación preclínica y clínica, para
registrar en el menor tiempo posible, estrategias de inmunoterapia
efectivas para inmunizar y/o manejar las consecuencias de la
infección. En consecuencia, cientos de ensayos clínicos
en diferentes fases de desarrollo se enfrentan, no solo a las presiones
y regulaciones propias de este tipo de investigación, sino
además (posiblemente como nunca antes) a presiones de
índole política, financiera, económica y social
que exigen se logre un producto efectivo, en el menor tiempo posible, y
cuya distribución sea masiva. La coordinación entre los
organismos internacionales, la academia y las empresas
farmacéuticas es, como nunca antes, determinante para revertir
esta situación cuyo impacto socio-económico ha cambiado
(en algunos aspectos, tal vez para siempre) la vida de nuestra especie.
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